¿Tienes hambre a toda hora? Quizás tu cuerpo esté reclamando algún nutriente que le falta. Un nutriente que no tienen que ver con tu dieta, sino con tu parte más emocional.
Existen personas que creen tener hambre todo el tiempo. Sin embargo, esta sensación no siempre se satisface con comida, ya que no siempre tiene que ver con ella. A menudo una ingesta voraz y desproporcionada está más bien asociada a carencias emocionales, como la falta de amor por parte de los demás o hacia uno mismo.
Lejos de ser la obtención de nutrientes la única razón por la que las personas comen existe muchos otros motivos válidos, aunque no todos ellos son igual de saludables. Sí, los seres humanos comemos para satisfacer la necesidad básica del hambre, pero también para apaciguar algunas emociones e intensificar otras.
Comemos para celebrar, para despedir, para cerrar ciclos. También por felicidad, por tristeza, por miedo, por ansiedad y por aburrimiento. Comemos porque nuestra pareja no nos responde un mensaje en WhatsApp, porque hace rato no sentimos el calor de un fuerte abrazo o porque no somos capaces de mirarnos con ojos compasivos a través del espejo. Pues sí, el amor y el hambre parecen ir de la mano.
Muestras de amor
Cuando nacemos nos dan nutrientes y amor a través de lo mismo: el alimento. En aquel momento, el hecho de que nuestra madre, padre o persona que nos cuida nos brinde alimento significa además una muestra de amor, contención y protección. Se nos nutre orgánica y emocionalmente a partir de la leche materna o biberón, que a menudo va acompañada de caricias, aromas, palabras amorosas y suaves melodías.
Proveer de alimento a un bebé es uno de los actos de amor más sinceros que puedes vivir. Quien lo recibe se sentirá amparado y seguro. Si sus necesidades fisiológicas y simbólicas están siendo satisfechas, cuando crezca tendrá la posibilidad de transformarse en alguien capaz de entregar amor a las otras personas y a sí mismo. En cambio, si la cuota necesaria de amor no está cubierta, posiblemente intente colmar ese vacío a través de aquello que le hace sentir protegido de forma instantánea: la comida.
Creemos que así la sensación de tristeza o angustia desaparecerá, pero lo que en verdad sucede es que solo se anestesia por un momento. Como vemos, no es tan descabellado pensar que confundir hambre de comida con hambre de amor es bastante razonable.
¿Te estás comiendo las emociones?
Hambre no es sinónimo de falta de amor, pero tienden a acercarse. A menudo, la escasez de afecto se traduce en exceso de comida. Aquella vez que asaltaste la despensa a las tres de la madrugada en busca de algo dulce quizás lo que realmente necesitabas era un abrazo. Quizás precisabas que alguien te escuchara la tarde que, después del trabajo, te diste un atracón. ¿Es posible que intentes mitigar la sensación de soledad cuando comes grandes volúmenes de comida?
Comer compulsivamente es un comportamiento que puede terminar convirtiéndose en habitual, pudiendo llegar a convertirse en un problema serio como lo es un trastorno de la conducta alimentaria. A su vez, puede ser una advertencia sobre estados emocionales displacenteros y disfuncionales. Frecuentemente, la compulsión surge como respuesta a sentirnos desesperadamente solos, incomprendidos o abandonados.
Lo cierto es que a todos nos pasó alguna vez eso de buscar bienestar en el lugar equivocado. Pues la comida no puede herirnos, ni ponernos límites, ni rechazarnos, ni enojarse con nosotros, las personas sí.
“La compulsión es desesperación en el nivel emocional. Las sustancias, personas o actividades que nos hacen comportarnos compulsivamente son aquellas que creemos que pueden liberarnos de la desesperación”. Geneen Roth-
El amor está fuera de la nevera
Ahora bien, ¿cómo distinguir si es oportuno buscar en la nevera o fuera de ella? La respuesta es la siguiente: diferenciando nuestra necesidad de comida de nuestra necesidad de amor. O mejor llamadas, hambre fisiológica y hambre emocional.
La primera está regulada por el sistema homeostático, que es el encargado de mantener en equilibrio la energía y los nutrientes dentro de nuestro organismo. En cambio, el hambre emocional está regulada por el sistema hedónico que se asocia a la repetición de ciertos comportamientos como medio para obtener placer. Además, existen algunas características diferenciales que pueden ayudarnos a distinguir hambre fisiológica de emocional.
Ahora sí. Una vez que hayamos detectado que el hambre tiene que ver con el mundo emocional, podemos intentar saciarla de manera inteligente. El hambre emocional a menudo esconde un significado más profundo: la necesidad de aceptarnos. De querernos. De tratarnos con amabilidad.
La sensación de vacío y la insatisfacción personal muchas veces lleva el disfraz del hambre. Es entonces cuando optamos por consumir de manera rápida y poco consciente aquello que creemos nos hará sentir mejor.
A su vez, el hambre de amor propio no solo afecta a la dieta, sino también a nuestra actitud social. ¿Qué significa esto? Que si nos sentimos disconformes con quiénes somos, posiblemente tendamos a exigirle a los demás ese amor que sentimos que nos falta. En este caso, nos estaríamos acercando al resto de las personas desde la necesidad y no desde la elección.
La importancia de mirarse a uno mismo
Por más que las personas que nos acompañan tengan toda la intención de “sanar” nuestra falta de autoaceptación, difícilmente podrán: sus intentos por colmar nuestras carencias no serán suficientes, pues el vacío le pertenece solo a quien lo lleva dentro. Ni el exceso de comida ni el afán desmedido por ser amado bastarán para sosegar un hambre de amor.
En este sentido, la propuesta es que, si nos sentimos carentes de afecto, empecemos mirándonos a nosotros mismos con otros ojos. Si bien los vínculos interpersonales representan una parte fundamental del bienestar, el amor propio es indispensable. ¿Qué tal si trabajas para cultivarlo?
Fuente: La Mente es Maravilloso.
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