La pequeña agricultura, la agricultura familiar, produce alrededor del 80 por ciento de los alimentos del mundo. En días tristes de pandemia este modelo de agricultura, con un fuerte vínculo territorial, nos ha dado la gran alegría de seguir poniéndonos alimentos sanos y sostenibles en nuestros platos. Al menos a quienes decidimos apoyarla.
Una vez más, primó la visión urbanita, y se mantuvieron abiertos los templos de consumo masivo de alimentos poniendo en peligro el modelo de producción agroecológico y más sostenible social y ambientalmente. En ese momento el campo lanzó un SOS y la sociedad supo responder, no tanto las administraciones.
En España, tan sólo 11 días después de la declaración del estado de alarma, Greenpeace alertó sobre la situación en una carta abierta que unió a sindicatos agrarios, empresas productoras y muchas organizaciones ecologistas y sociales con el objetivo de estrechar lazos entre las personas productoras y consumidoras y apoyar al sector primario.
Los pequeños gestos de apoyo y solidaridad con el campo se multiplicaron por todo el territorio y creo que desde Greenpeace apoyamos todas y cada una de las iniciativas que nos llegaron. Esta solidaridad sin paragón con el campo ha hecho que muchas personas productoras hayan incluso incrementado sus ventas, pudiendo así afianzar su futuro. Otras no tuvieron la misma suerte, porque no tenían las herramientas adecuadas.
Algunas administraciones, más tarde y alentadas tal vez por este tsunami de apoyo de la ciudadanía, pusieron en marcha algunas medidas como la creación de un apartado específico sobre comercio y consumo local en la página del Ayuntamiento de Barcelona. Madrid, que no podía haberlo hecho peor respecto a los menús para familias vulnerables, también lanzó una aplicación sobre productos locales. Pero faltó una acción coordinada a nivel estatal.
Una de las grandes demandas de productores y productoras y de casi todas las iniciativas ciudadanas fue la de que se reabrieran los mercadillos no sedentarios, muy importantes para muchas personas productoras y más aún en el ámbito rural. Poco a poco han ido abriendo, respetando siempre las medidas de seguridad, aunque siguen quedando muchos por abrir.
En Greenpeace sostienen: “Queremos creer que la presión ciudadana y las numerosas cartas enviadas a las administraciones ayudaron a hacer de esta petición una realidad. Porque no tenía sentido que el estado de alarma autorizara actividades…para que los consumidores pudieran realizar la adquisición de alimentos y productos de primera necesidad, pero se cerraran los mercadillos”.
“Mirando hacia atrás, tal vez lo que se ha logrado, en su conjunto, no sea tan pequeño. La relación de confianza establecida con la pequeña producción local y ecológica debe perdurar, debe ser la base de la construcción del nuevo modelo agroalimentario para enfrentarnos a los retos presentes y futuros y garantizar un mundo rural vivo. Esos para nada son pequeños, pero unidos, más que nunca, seremos capaces de afrontarlos”, agregan.
En la gran recesión económica del 2008, la producción ecológica fue de las pocas que aguantó el chaparrón. Seguro que de esta crisis saldrá de nuevo reforzada. Y lo necesita, especialmente ahora que la Comisión Europea ha puesto en su hoja de ruta que la producción ecológica debe ocupar el 25 por ciento de la superficie agrícola europea. En España estamos en un escaso 9,3 por ciento, por lo que hay mucho margen para crecer.
Fuente: noticiasambientales.com/
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