En el mundo hay personas responsables e irresponsables; incluso están aquellas que se hacen responsables de los demás -por más que se trate de otras personas mayores de edad-, y muchos más, irremediablemente irresponsables.
Este juego de palabras sirve de introducción para pensar acerca de qué significa la responsabilidad. En un sentido amplio, es hacerse cargo de las distintas cosas que tienen que ver contigo mismo.
También hay otro concepto, que quizás puedas considerar, y es el que da la pauta que puede sintetizarse así: “repons-habilidad” = habilidad para responder.
Responder ante lo que se presenta, lo que necesitamos hacer o completar, y todo aquello en lo que estamos directamente involucrados.
La palabra proviene del latín “responsum” (aquel que está obligado a responder de algo o de alguien). Asimismo, se relacionan los verbos “Respondere y Spondere”. El primero, significa defender o justificar un hecho en un juicio y el segundo, jurar, prometer o asumir una obligación.
De esta forma, concluimos en que la responsabilidad es asumir el involucramiento personal sobre cualquier hecho o acción en la que un sujeto forma parte, y, adicionalmente, hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.
Desde muy pequeños se entrena a las personas en responsabilidad versus consecuencia de sus actos (lo que genera culpa); es una dinámica muy dañina esta última, la de crear personas culposas, ya que redundará directamente en la estructura síquica haciendo una configuración menos fuerte y subestimada de su propio potencial.
Dos beneficios directos
El ser responsable tiene dos beneficios directos: por un lado, ser más honestos, generando un marco de confianza y credibilidad; y por otro, ser más autónomos, ya que de esta forma se asumen las consecuencias de los actos de la vida, promoviendo mejores decisiones y un espíritu de libertad individual.
Analizando a fondo estos beneficios, se observa que las personas irresponsables lo son, en su inmensa mayoría, por exactamente lo contrario: hay un marco esquivo a la verdad, esto deteriora la confianza, y, a la vez, no asumen las consecuencias que les tocan por actuar como lo hacen.
De qué sí eres responsable
Para establecer más claramente el sentido profundo de la responsabilidad, es importante delimitar todo aquello de lo que sí eres responsable en forma personal e ineludible (más allá de que le esquives):
Si ya eres mayor de edad y tienes discernimiento -un concepto que la justicia toma en cuenta a la hora de hechos a juzgar, por ejemplo-, eres 100% responsable de tu vida, tus acciones, tus pensamientos, tus dichos y sus consecuencias directas e indirectas. De todo lo que dices que vas a hacer, de todo lo que necesitas hacer para alcanzar tus objetivos o los de los demás con los que te has comprometido, y de cualquier cosa, acción o pensamiento que depende de ti, y que te involucra, tanto en lo individual como en tu interacción con otros.
Incluso eres responsable de aquellas acciones en las que eres un partícipe activo -como puede ser un hecho de violencia que acontece frente a ti, y no haces nada por frenarlo, incluso si no eres el que lo infringe-.
El sentido de la responsabilidad está íntimamente ligado al de tu libertad como ser humano. Y eso no se delega.
De qué no eres responsable
No eres responsable por lo que piensa otra persona, lo que hace por su cuenta y asumiendo su riesgo y consecuencias; sus problemas; sus dichos, sus acciones, y su comportamiento.
Aquí queda explícito el círculo de responsabilidad tuya, y de la otra persona que, como un ser independiente, necesita hacerse cargo de la parte que le toca.
Muchas personas endilgan la responsabilidad personal a otra persona, queriendo transferirle algo que es indelegable. Y peor aún: hay muchos adultos que asumen como propios los problemas de los demás por distintos motivos, como sentimiento de culpa, miedo al qué dirán, creencias limitantes, etc.
Empatía
La empatía es la habilidad de los seres humanos de ponerse en los zapatos del otro, para observar una situación o intentar comprender y entender desde su perspectiva.
En relación a la responsabilidad, muchos la confunden con deber asumir una postura en nombre de la otra persona; y esto es falaz, puesto que -nuevamente, en personas con discernimiento y mayores de edad-, la responsabilidad es inherente a cada ser humano.
Una cosa es intentar entender y otra, distinta, justificar el accionar del otro.
Responsabilidad vs. culpa
Una confusión frecuente es la que existe entre ser responsable y ser culpable.
Ser responsable es hacer todo lo que está dentro de mi círculo de respons/habilidad para responder ante las cosas que me he comprometido, he acordado o explícitamente sé que debo hacer.
Sentirse culpable muchas veces es un chivo expiatorio de la responsabilidad personal, de efecto negativo hacia ti y los demás, ya que lo sientes incluso con vergüenza por no haberse logrado lo que necesitaba hacerse, independientemente de haber sido algo de tu respons/habilidad.
La culpa, en lo profundo, es una distorsión de tu auto imagen interna (tus “debería”), lo que te hace sentir mal por no haber sabido responder con habilidad a un estímulo determinado.
Las personas culposas tienen muy baja auto estima, y confunden los límites de lo que les corresponde, y lo que es territorio de los demás.
Esto se llama atribuciones, y hay varios estilos (directa, indirecta), lo cual influye directamente en las emociones negativas de una persona, porque influyen en su auto concepto y luego, en su felicidad.
Es el ejemplo de una persona que, teniendo muy buenos logros (porque es responsable de sus actos) no puede disfrutarlos en lo que define como un “exceso de modestia”, y se siente culpable, por caso, cuando los celebra o lo reconocen por hacerlo bien. También sucede viceversa, cuando alguien no tiene méritos y se los atribuye, lo cual aparentemente refuerza su narcisismo, aunque, a la vez, daña su relación con otros por querer apropiarse de algo que no le pertenece.
El factor “vergüenza ajena”
Otra manifestación del tema de la responsabilidad es este factor tan conocido, cuando una persona siente vergüenza ajena por el accionar de otro, allegado o no, y quiere suplirlo haciéndose cargo, reparando un daño, dando explicaciones por aquella persona, justificando lo injustificable, o cualquier otra manifestación parecida.
Proceder de esta forma no significa asumir la responsabilidad, sino, más bien, querer buscar aprobación, zafar de las consecuencias del verdadero responsable, mentir o eludir la parte que le toca a aquel ser humano -por más cercano que sea en la vida-, y no permitirte poner en perspectiva las situaciones y las cosas. En ti, esto genera confusión, desgaste y una auto estima entregada al control del otro. Es el caso de un familiar de una persona que ha cometido, por ejemplo, un delito sumamente grave, y, aunque haya pruebas en su contra, sigue intentando justificarlo para “sanar internamente” las heridas emocionales que eso le produce. En esos casos, lo más indicado es separar las cosas, delimitar las responsabilidades, y dejar que cada parte asuma lo que le toca.
Por eso, el saber de qué eres y de qué no eres responsable trae a tu vida un mayor sentido de dimensión, encuadre objetivo -dentro de la subjetividad en la que se viven las emociones-, saber hacerte cargo exactamente de la parte que te toca, y, por último, un mayor sentido de libertad humana para expresarte en el mundo.
Por Daniel Colombo. Conferencista; motivador; autor de 21 libros y comunicador profesional.
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