Cuando nació en Ingeniero Huergo, en Río Negro, la llamaron Olga Elisa, porque los nombres del mapundungum, idioma de su pueblo mapuche, estaban prohibidos en la Argentina. Pero algo en ella reclamaba: la tradición mapuche y tehuelche, del padre y de la madre, se abrió paso como un presentimiento y una necesidad a medida que crecía.
Tras la separación de sus padres cuando apenas tenía tres años, Olga Elisa Painé fue a parar al Hogar Unzué de Mar del Plata, luego ingresó al colegio marplatense de monjas María Auxiliadora, y finalmente fue adoptada por la familia del abogado y actor teatral Héctor Llan de Rosos, que según dicen la eligió entre muchas tras escuchar su magnífica voz. La familia Llan de Rosos le dio una educación totalmente fuera del alcance de una indígena huérfana en aquel tiempo.
Cambió su nombre por Aimé, que en mapuche significa "atardecer rojizo", como los que envuelven la cordillera
Aparece una princesa
Aimé Painé, su nombre desde entonces, fue una princesa mapuche que descubrió trabajosamente su identidad gracias a la música, que le permitió luchar por los derechos de su pueblo. Supo quién era, resolvió lo que fue una incógnita para ella desde muy pequeña. Cantaba de manera notable desde pequeña.
Sus padres adoptivos la vieron partir a Buenos Aires cuando terminó el colegio; para ella lo primero era la libertad, aun al costo de grandes sacrificios y estrecheces. En la capital para sobrevivir fue peluquera, tejedora, pintora de cuadros y asistente del pintor Ramaugé.
Quería ser cantante y dar a conocer la música original mapuche. Estudió canto, foniatría y guitarra. El primer atisbo de su fututo artístico fue el coro polifónico nacional, donde fue coreuta durante cinco años. No solo perfeccionó su arte sino que el coro le permitió superar la persistente sensación de soledad que la acosaba. En 1976 se dedicó totalmente al canto mapuche.
Amor y decepción
Tuvo entonces una relación con un hombre mucho mayor que ella, Ángel Lovezano. Tuvo otros amores porque su fama y belleza la hicieron famosa en la Argentina y fuera de ella.
Lovezano fue de todos modos un primer amor, irrepetible, incomparable. El ocultó a Aimé que tenía esposa e hijos. El sabor amargo fue igualmente insuperable.
Cuando finalmente rompió la relación vivió sola en un departamento del Barrio Norte que pertenecía a Angel y quedó a su nombre desde 1984
Esta frustración le provocó un daño psíquico. Tuvo necesidad de medicamentos y debió ser internada dos veces en una clínica piquiátrica; la última mes antes de su muerte a los 44 años.
El 1987 viajó como princesa mapuche a Europa, invitada por el Comité Exterior Mapuche a participar de eventos en Suiza e Inglaterra. Ya era la voz del pueblo mapuche, una de las finalidades de su vida
El final
Ese año, durante una entrevista para la televisión paraguaya, el 3 de setiembre se desmayó ante las cámaras y fue hospitalizada de inmediato. Había sufrido una hemorragia cerebral, consecuencia de un aneurisma, que la llevó a la muerte el 10 de septiembre de 1987
Un médico amigo repatrió los restos a Buenos Aires, donde después del velatorio la trasladaron a Ingeniero Huergo
Del canto gregoriano al taiel
La madre de Aimér era tehuelche y el padre mapuche. Aimé aprendió a cantar música gregoriana en el colegio de monjas y advirtió que los tonos y los cantos eran parecidos al taiel, tonada mapuche que una de las viejas de su pueblo, la abuela Domitila interpretaba en la lengua mapudungun. Decía que el taiel era un un canto despojado, tan libre y natural como religioso, y era "cantar la vida".
Participó de niña de un encuentro internacional de coros en Mar del Plata. La delegación de cada país, además de las piezas clásicas, había preparado una obra de música indígena o folclórica. Todas, menos la argentina. Aimé sintió entonces qué significada pertenecer a un país que niega sus raíces, que quiera ocultarlas avergonzado.
Pero entonces volvió a la Patagonia para absorber de primera mano el arte de sus ancestros. Descubrió que la música mapuche provenía de la experiencia de cantar en las inmensas soledades de la Patagonia.
La música como educación
Aimé Painé fue la primera mujer mapuche en salir de gira con la vestimenta tradicional, y la primera en cantar en mapuche y en explicar al auditorio su cultura. Adaptó sus canciones mapuches siempre utilizando el trompe (arpa de boca), el cultrun (tambor ceremonial), los cascahuillas (instrumento de percusión, y mencionando el uso de la trutruca (instrumento de viento) y del kull kull (aerófono hecho de un cuerno vacuno). Cada canción cuenta una historia de los mapuches-tehuelches: "Palpé la libertad y la misión de lucha que entraña la libertad, saber de la cultura de su pueblo es saber de uno mismo", dijo
No imaginó sin duda que hoy habría una calle con su nombre en Ingeniero Huergo y otra en Puerto Madero, que por entonces no existía. Su rostro aparece en el Salón Mujeres Argentinas de la Casa de Gobierno junto con Eva Perón, Juana Azurduy, María Petrona Sánchez de Thompson, Alfonsina Storni y Cecilia Grierson.
La vida y la obra de Aimé fueron salvadas del olvido por la periodista y docente Cristina Raffanelli, que dedicó 20 años de su vida a recoger testimonios y corroborar fuentes "El valor de Aimé Painé -dijo Rafanelli, no sólo fue pararse frente a un micrófono y cantar. Ella dijo que su canto era una excusa: una excusa para difundir la cultura de su pueblo."
Las abuelas mapuche
Raffanelli hace un apartado para las "abuelas" mapuche: "Ellas son una de las cosas más admirables del pueblo mapuche. Nosotros vivimos en una sociedad que margina, que mete en geriátricos a sus padres y trata mal a la gente grande, pero para el pueblo mapuche las abuelas son quienes llevan la sabiduría; la mapuche es una cultura oral, y son las abuelas las que la guardan en su memoria.
También los abuelos, claro, pero mayormente las mujeres. Después de la derrota que significó la Conquista del Desierto, fueron sólo ellas quienes pudieron recordar cómo vivía su pueblo y mantener vivos sus conocimientos. Por eso es tan importante toda la documentación de las abuelas, porque, si no, todo se pierde. Aimé decía: "¡Qué pasa, las abuelas se están muriendo!". Y, sí, las abuelas se van muriendo, aunque por cierto son muy longevas; hay algunas que han vivido 120 años y guardaban una sabiduría increíble. Pude conocer a Rosa Cañicul, por ejemplo: su abuelo era machi. Por lo general las machis -las curanderas, las sabias- son mujeres. Los mapuches valoran el matriarcado y a la mujer; es más: los hijos solían llevar el apellido de sus madres, y no el de sus padres.
De la Redacción de AIM.
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