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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Cancelación, corrección política, censura

Manuel Gutiérrez Aragón es miembro de la Real Academia Española y de la Academia de Bellas Artes a partir de su larga experiencia como novelista y cineasta. Sospecha que la actual epidemia de corrección política, que lleva a la censura, la autocensura y la "cancelación", tuvo origen en las ideas de los filósofos franceses Jacques Derrida y Michel Foucault.

Para Gutiérrez Aragón se trata de un mal nuevo, o de una recaída en un mal viejo, que afecta a la izquierda desde que se puso de moda la "deconstrucción" de Derrida.
Estima positivamente la carta contra la cancelación firmada por 152 intelectuales, entre ellos el lingüista y analista político Noam Chomsky. Sostiene que la cancelación se trata de algo más que juegos vinculados con el derribo de estatuas, y que todo empezó con la deconstrucción del lenguaje. "Si no hay quien defienda la cultura, enseguida viene la reacción a ocupar el hueco”.

La carta
La carta "sobre la justicia y el debate abierto" aplaude las protestas por la justicia racial y social, pero lamenta actitudes y compromisos que debilitan las normas de tolerancia y favorecen la conformidad ideológica.

Según la carta, el clima de intolerancia no es exclusivo de la derecha radical. El libre intercambio de información e ideas está cada día más constreñido, "la censura se extiende y hay intolerancia a los puntos de vista diferentes, inculpaciones públicas y ostracismo, y una tendencia a disolver los temas complejos en certezas morales cegadoras".

Las consecuencias de discrepar son inmediatas y desproporcionadas. Directores despedidos por publicar textos polémicos, libros retirados por supuesta falta de autenticidad, periodistas vetados de escribir sobre algunos temas, profesores investigados por citar ciertas obras en clases de literatura….

"La cultura debe dejar margen para la experimentación, los riesgos e incluso los errores y permitir los desacuerdos de buena fe sin que tengan terribles consecuencias profesionales. Las malas ideas se combaten mediante la exposición pública, argumentos y persuasión, no intentando silenciarlas o deseando que desaparezcan."
De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno...

Otra de las firmantes de la carta, la novelista inglesa Joanne Rowling, autora de la serie literaria "Harry Potter", osó tomar en solfa un artículo periodístico de 2020 que proponía crear un mundo más igualitario "para la gente que menstrua".

Rowling se detuvo en "la gente que menstrua", un circunloquio que obviamente evitaba "mujer" con una intención pretendidamente inclusiva. Publicó otro artículo en que ironizaba con el recuerdo de una palabra que solía designar a esas "personas menstruantes", y enumeraba variantes de "wooman", mujer en inglés: "¿wumben? ¿wimpund? ¿woomud?, que alguien me ayude". No tardaron en "ayudarla" acusándola de transfobia.

Generación Z (no la del sargento de Millán Medina)
Los portaestandartes de la cancelación son jóvenes de la generación Z que no saben vivir sin internet, celular o tableta. Nacieron en 1995 o después y ya tienen títulos universitarios y se están estrenando en el mercado laboral.

Lo que pasa en los Estados Unidos repercute rápida y profundamente en casi todo el mundo, muy marcadamente en ciertos niveles sociales argentinos. Como siempre, las metrópolis dictan el tono a las periferias.

Y los Estados Unidos, por mucho que su población tenga diversidad cultural, racial y política, aparece obstinadamente ligada a su pasado religioso protestante y puritano, a partir de los padres peregrinos que llegaron huyendo de las persecuciones religiosas a bordo del Mayflower a las costas de América del Norte hace cuatro siglos.
Los jóvenes Z son hijos de familias sobreprotectoras, asustadas por delitos que pudieran sufrir sus hijos. Se formaron en universidades donde el clima que se respira es de hipercorrección política; pero sobre todo el contexto tecnológico que los rodea no tuvo precedentes en generaciones anteriores.

Hoy escrache, mañana cachiporra
En 2014, hace menos de una década, un profesor universitario estadounidense, Greg Lukianoff, observó que los estudiantes presionaban agrupados para que los directivos rescindieran la invitación a conferenciantes porque su mensaje los oprimía.

Fue el primer anuncio registrado de casos de cancelación, una práctica de censura moderna que va ganando popularidad, al menos en las capas que no deben luchar por la subsistencia de la juventud de los países occidentales.

Si la universidad mantenía la invitación a los conferenciantes, los estudiantes escrachaban al invitado. El escrache era hasta entonces en la sociedad liberal una rémora del fascismo, donde reinó sin trabas, comparable con la disciplina del aceite de ricino o la cachiporra, y por eso los dirigentes reaccionaron con sorpresa a las acciones de la juventud hipersensible.

Poco a poco, el fondo fue tomando forma y apareciendo en la superficie. Los jóvenes exigieron que en los materiales de estudio aparecieran advertencias de que podían herir la sensibilidad de los estudiantes. Querían prohibir obras consagradas como el Gran Gatsby porque algunos personajes eran misóginos, o la Cabaña del Tío Tom porque contiene epítetos racistas. Más recientemente, subidos a esta corriente y aprovechándola, hubo intentos de prohibir a Dostoievsky y a Tchaikosvky en Europa occidental y Estados Unidos porque Rusia había invadido Ucrania.

En la estela que dejó la obra del filósofo alemán Herbert Marcuse en los Estados Unidos, donde dictó clases en varias universidades, los jóvenes se han tribalizado en pequeñas identidades marcadas ante todo por la búsqueda de un enemigo capaz de soportar un derrame de cólera que busca un escape catártico.

En estos jóvenes que crecieron en ambientes superprotegidos, vigilados escrupulosamente para que nada los dañe, el daño resulta evidente: “Cada palabra es mirada con lupa, a las opiniones discordantes se las traga la autocensura y todo tiene que ser planchado para quedar perfecto: igualitario, diverso, políticamente correcto, justo”, según un artículo sobre el tema que publicó Lukianoff años después.
El lenguaje no se salva
Los jóvenes se sienten guerreros de la justicia social como se sirve en su ambiente y esgrimen algunos neologismos como “apropiación cultural”, “interseccionalidad”, “marginalización”, “heteronormatividad”, “cisgénero” y otros difíciles para la generación anterior que no estaba hecha a diferenciaciones que le parecen irrelevantes o excesivas.

El mundo en lo sucesivo no debe tener baches, nada en él debe ser ofensivo, todo sensible y considerado, cada palabra pesada y limada, cada movimiento mirado con lupa, cualquier opinión discordante morirá antes de nacer, todo debe ser perfecto según modelos tan exigentes como superficiales, todo igualitario aunque diverso, justo y sobre todo indoloro, inofensivo, políticamente correcto.

Los jóvenes que motorizan la cancelación como método suelen ser psicológicamente depresivos, toman pequeños baches como atentados a su integridad, tienen una sensibilidad que parecería desollada si no fuera artificiosa y reaccionan a los comentarios torpes como a "microagresiones" intencionadas.

Hace un siglo, uno de los fundadores de la sociología, Emilio Durkheim, se refirió a la irrupción de hechos de este tipo como "caza de brujas": persecuciones que aparecen de golpe, por cosas nimias como un gesto o una palabra, tan viscerales que los que se oponen a ellas guardan silencio por miedo a ser arrojados a la hoguera. Los cazadores de brujas de inicios de la modernidad también creían estar haciendo obra santa, como los torturadores de la Inquisición.
De la Redacción de AIM.

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