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Caleidoscopio
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El precio de la libertad

Christopher Gray, muerto hace 10 años, narró en "Diarios del ácido" su experiencia con el ácido lisérgico desde que se descubrió hasta que se prohibió, pasando por un período de extraordinaria efervescencia en el movimiento hippy, sobre todo en California.

El terreno había sido preparado en los Estados Unidos por el movimiento beat, generado a fines de la década de los años 40 del siglo XIX, después de la guerra, y definido por el rechazo de los valores sociales predominantes, el uso de drogas, la libertad sexual y la inclinación hacia otros modos de ver y de pensar, sobre todo los orientales.

En 1952, con los fundadores ya sólidamente afirmados en sus ideas, el New York Time Magazine publicó un artículo titulado "La generación beat", que dio nombre popular al movimiento.

Pronto aparecieron tendencias innovadoras procurando introducir cambios, por ejemplo relacionar "beat" -que significa golpear en inglés y también alude al ritmo- con "beatitud", y finalmente, el establishment consagró el nombre "beatnik", compuesto por beat y sputnik, con la intención de vestir al movimiento con el sambetino de comunista y antiestadounidense.

Allen Ginsberg, el miembro de los beat más conocido, quiso destacar los significados de "acabado, completo" de la palabra y relacionarla con momentos prestigiosos de la cultura excéntrica, como "la noche oscura del alma" cara al misticismo de toda época, o "La nube del no saber", un texto inglés de autor desconocido de fines del siglo XIV.

En el movimiento hubo varias mujeres, que fueron muy mal vistas por el saber establecido debido a que se permitieron un lenguaje transgresor, inaceptable para la moralidad puritana del poder político norteamericano.

Algunas poetas del movimiento fueron internadas en clínicas psiqiátricas y otras murieron trágicamente, como Elise Cowen, que se suicidó, o Joan Vollmer Adams, baleada por su marido.

Christopler Gray hizo valoraciones políticas de aquel tiempo, que han sido saldadas por una realidad que se mueve muy velozmente; y también trató las ideas de autoconocimiento que generó el LSD, la mescalina y otras sustancias que se fueron descubriendo y que eran usadas desde tiempos remotos, entre ellas la ayahuasca.

El relato de Gray es revelador porque para él, a pesar de haber pasado por algunas escuelas orientales, el camino de las experiencias "psicodélicas" como se llamaban entonces, permitía abrir las puertas de la percepción como había descripto Aldous Huxley y mucho antes el insólito artista inglés William Blake.

Gray menciona que algunos de los que por el tiempo de su juventud introducían en el uso del ácido cuando aún no estaba cuantificada la dosis, pedían hacer la experiencia (no usa nunca la palabra "viaje") escuchando música con los grandes auriculares de entonces.

Esa música debía ser "natural" y recordar escenas de bosques o pantanos, de montañas y de ríos. Hoy continúa esa invitación en los que se inclinan por experiencias próximas al chamanismo, donde se evidencia la necesidad de reencontrar la naturaleza tan prístima como sea posible, si no abierta a la visión directa, sin mediación, por lo menos a través de la droga.

Por ejemplo, en la ilustración de un video musical aparece una chamana sudamericana reteniendo entre las piernas un recipiente con la droga, el fuego de la preparación a su derecha y un vaso en la mano. Está rodeada de símbolos en medio de un ambiente natural.

Del suelo suben burbujas que parecen indicar el carácter móvil y ascendente de la experiencia misma. Sin embargo, como el propio Huxley reconoció, si bien parece haber una apertura de las "válvulas" que habitualmente limitan la experiencia a sólo lo que tenga valor práctico, no permiten superar sino ilusoriamente el carácter del mundo con el que comunican.

Siguiendo la analogía de los Vedas, hay un mundo sólido, concreto, "real", que es el que conocemos por los sentidos, y para la gran mayoría de nosotros, el único. Hay otro mundo de naturaleza vaporosa, irreal, fantástica, móvil: el mundo psíquico que permite todas las oscilaciones, cambios, interpretaciones. Este mundo se asimila con la atmósfera y sus fenómenos: brisa, tormentas, truenos, calor, nieve. Y hay otro mundo firme como el primero, pero no sólido: el mundo de las estrellas, el reino celeste. Estos mundos son el según el Vedanta el mundo de alimentos, material; el de energía o psíquico; y el de beatitud.

Las drogas pueden sacarnos transitoriamente del mundo material para colocarnos en el de energía, indefinidamente variado y variable; pero nos mantienen en el juego de maya, la ilusión cósmica creadora de formas sin fin.

El desafío es llegar a ser completos y plenos, a pesar de las casi insuperables dificultades que pone la civilización que nos marca fines puramente prácticos y totalmente inmanentes, que tratan de encerrar lo que por naturaleza está abierto.

En nuestra civilización cada vez menos personas pueden terminar su jornada laboral diaria y sentarse de noche en soledad, sin alcohol ni estimulantes, a considerar con serenidad su propia vida. Hace varias décadas, en Suiza, el psicólogo Carl Gustav Jung ya había observado que lo que impulsa a mucha gente hacia su prójimo, lo que los hace creer que lo aman, lo que los lleva a buscar compañía, no es el amor sino la incapacidad de tolerarse a sí mismos, de estar solos, de verse enfrentados a los ecos lúgubres de su vacío interior. Tal incapacidad, unida al colapso de las ideas religiosas de antaño, que generaban confianza en la vida post mortem en el cielo, hace ver la droga como apertura de experiencias reveladoras o de plácido adormecimiento.

En estos tiempos, el uso de productos químicos que intoxican la mente se ha vuelto habitual, al punto que más del 70% de la población de los países del primer mundo toma algún producto medicinal, recetado o no, algún estimulante o alucinógeno. La finalidad es que alguien, en este caso la química, se haga cargo por lo menos transitoriamente de los problemas que no podemos resolver ni enfrentar.

La intoxicación lima los aspectos afilados de la consciencia despierta, que parecen hirientes. Pero no permite estar alerta, consciente, despierto, que es la única forma de ser libre.
De la Redacción de AIM.

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