En "La Democracia en América" Alexis de Toqueville observa: "los poderes del Estado nunca permitirán que la gente se lleve bien entre sí, porque la tiranía no puede subsistir cuando la gente está unida y se quiere".
Entre nosotros, hoy en día, la observación del aristócrata francés de viaje en los Estados Unidos alrededor de 1830, toma la forma de "grieta", no solo entre capillas políticas, entre gobierno y oposición, que habitualmente viven de machacarse mutuamente, sino entre todos y a todo nivel.
No es maquiavelismo, es el modo propio de existir del Estado, que promueve el encono, el desencuentro programado, el enfrentamiento que necesita del juez y la policía, el odio y el recelo mantenidos dentro de límites "políticos".
La crisis de los 70 del siglo pasado y la de 2008 han puesto en evidencia debilidades en las estructuras del Estado moderno que parecían impensables. Pero ahí están y no solo no se arreglan sino que empeoran y llevan a presentir la ruina.
La humanidad vivió sin Estado durante casi toda su existencia hasta ahora, pero en cierto momento apareció el Estado y con él los que lo soportan como necesario, entienden que debe existir, incluso que es bueno y aunque no funcione bien en el presente, lo hará en el futuro.
La ruina de los Estados se acelera, por ejemplo por el endeudamiento creciente que lleva a no poder pagar jubilaciones. Hace poco, una jovencita demasiado entusiasta, partidaria del turno político actual, dijo por televisión que pagar jubilaciones "no nos sirve"; sí les sirve en cambio repartir con ese dinero asignaciones a las familias que tienen dificultades para sobrevivir en la crisis.
El Estado, para existir, debe ser criminal y mentiroso, enseñó Maquiavelo, y es la línea que vienen siguiendo todos los Estados. En la antigua Roma también criminal y mentiroso; pero entonces se admitía la distinción "senado y pueblo de Roma" (sen?tus populusque r?m?nus) o sea de un lado el Estado romano, ocupado de cobrar impuestos, nombrar jueces, hacer la guerra y reprimir, y del otro lado, el pueblo.
Los que creen en el Estado ejercen una fe sencilla, que consiste en creer en lo que existe como si hubiera de ser eterno. Cuando la crisis del Estado, que avanza rápidamente, se haga demasiado gravosa, percibirán que es mortal y dejarán de creer en él.
Cuando se desmorone el presunto protector y guardián de la sociedad se revitalizará, como antaño, la confianza de cada uno en sí mismo y en los lazos de solidaridad tendidos a los otros, es decir, el sostenimiento de una vida comunitaria que no necesita de ese monstruo frío llamado Estado, que tomó para sí todas las atribuciones; come bien y dejó para el pueblo solo un hueso pelado: creer y obedecer o solo obedecer si la fe falta.
Ser fuerte, ser inteligente, tener fortaleza interior, saber afrontar la adversidad, "tener payé, ser paisano" son las viejas virtudes que recomendaban los cínicos y los estoicos en la antigüedad clásica, para no mencionar las doctrinas orientales.
La vieja distinción entre virtudes morales e intelectuales recupera su valor: ya no habrá tanta confianza como ahora por ejemplo en un estado policial sanitario que con motivo de la peste dicta las normas que se le antoja aduciendo el aval de la ciencia que ha puesto a su servicio. Las virtudes intelectuales son necesarias si no arrasan como lo están haciendo ahora. No hay que olvidar que "virtud" significa en el origen "fortaleza".
En otros tiempos, hubo asambleas populares que decidían las medidas que afectaban a todos, sin esperar el decreto, la ley ni la ordenanza. La asamblea elegía autoridades por un año, con mandato imperativo. Estaba prescripto lo que el elegido debía hacer y en algunas ocasiones, cuando quedó en evidencia que no habia cumplido, fue ejecutado.
El mandato imperativo fue reemplazado en la revolución francesa por el mandato representativo, en que el diputado quedó en libertad de cumplir o no sus promesas a sus electores. El creador de este sistema fue el abate Emanuel José Siéyes en los inicios de la revolución francesa. Hoy estamos asistiendo a la corrupción total de estos mandatos, que recaen en cantores, deportistas, actores y advenedizos de toda índole, que ni siquiera saben qué deben hacer ni cómo. Su trabajo es ganar las elecciones usando su popularidad y esperar la recompensa.
De la Redacción de AIM.
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