La escasez de agua en Bogotá y Ciudad de México, en los embalses de Chile o en buena parte de Uruguay son señales del estrés hídrico que avanza con las sequías en América Latina y el Caribe, advierte un reporte de la oficina regional del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud).
El año pasado “México registró su año más seco, con sequías que afectaron 55 por ciento de su territorio, y Uruguay enfrentó una situación similar, lo que llevó al gobierno a declarar una emergencia hídrica debido a los bajos niveles de sus reservas de agua, afectando a más de 60 por ciento de la población”, señaló el reporte.
También apunta que capitales como Bogotá y Ciudad de México “están peligrosamente cerca de quedarse sin agua”.
Impulsada por el crecimiento de la población, la expansión agrícola y las necesidades industriales, la demanda mundial de agua se ha duplicado desde 1960.
Y en América Latina y el Caribe se espera que la demanda continúe creciendo, aumentando en 43 por ciento para el año 2050, casi el doble del crecimiento promedio mundial, que se proyecta entre 20 y 25 por ciento.
La demanda de agua ya sea para necesidades domésticas, agrícolas o industriales, combinada con la disponibilidad de fuentes renovables como ríos y aguas subterráneas, determinan los niveles de estrés hídrico.
Cuanto más cerca está la demanda de la oferta, mayor es el estrés, lo que hace que el área sea más vulnerable a la escasez. Niveles elevados de estrés indican una mayor competencia entre los usuarios por el acceso al agua.
El reporte recoge los datos y mapas del Instituto de Recursos Mundiales (WRI en inglés), considerando escenarios de cambio climático y el aumento de temperaturas globales, para señalar los países con mayor riesgo de estrés hídrico.
Los países con estrés extremadamente alto usan más de 80 por ciento de sus recursos hídricos para cubrir sus necesidades productivas y domésticas, con lo que incluso sequías cortas representan un riesgo significativo. En estrés alto ubica a los que emplean entre 40 y 80 por ciento, y de medio a alto entre 20 y 39 por ciento.
En América Latina, el mapa WRI coloca a Chile con estrés extremadamente alto, y a México y Perú con un nivel alto. En el nivel de medio a alto figuran Argentina, Cuba y El Salvador, sin datos sobre los pequeños Estados insulares del Caribe.
Tomando como línea base el período 1979-2019, se analizan tres escenarios: optimista, alineado con el Acuerdo de París de 2015 para frenar el cambio climático; intermedio, con los actuales esfuerzos de mitigación, y pesimista, si se intensifica el uso de combustibles fósiles y se registran temperaturas aún más altas.
En un escenario “similar al presente”, sin esfuerzos intensificados de mitigación del cambio climático, casi la mitad de los países de la región enfrentarán un estrés hídrico medio a extremo para 2080.
Mitigar el aumento de la temperatura podría evitar que la situación se deteriore más, potencialmente sosteniendo niveles similares a los de la línea base para 2080.
El informe expone que el impacto del estrés hídrico va más allá de ser un problema ambiental: puede afectar la salud, ya que la escasez puede llevar al consumo de agua contaminada y a problemas de higiene, e impacta la nutrición, ya que los alimentos pueden volverse escasos y más caros.
También impacta los medios de vida, ya que el rendimiento de la tierra disminuye. Los informes sugieren que entre 1970 y 2019, solo en América del Sur se perdieron aproximadamente 28 000 millones de dólares debido a las sequías.
Además, en 2023, las pérdidas de algunos cultivos alcanzaron a 30 por ciento en Argentina y a 80 por ciento en Perú.
Las sequías sin precedentes también interrumpieron el tráfico de embarcaciones a través del Canal de Panamá, afectando una porción sustancial del producto interno bruto del país y una parte significativa del comercio marítimo mundial.
El estrés hídrico también tiene un impacto en la energía. En las últimas dos décadas, más de la mitad de la energía de América Latina y el Caribe provino de centrales hidroeléctricas, una tendencia que ha ido en aumento.
Sin embargo, el estrés hídrico la está convirtiendo en una fuente de energía menos confiable. En abril, Ecuador, que depende de plantas hidroeléctricas para más de tres cuartas partes de su electricidad, declaró un estado de emergencia y comenzó a racionar electricidad debido a la insuficiencia de lluvias.
Las proyecciones indican que, mientras algunos países de la región enfrentarán niveles más bajos de precipitación, otros tendrán temporadas de lluvias más cortas junto con eventos de precipitaciones extremas, en los que la cantidad de lluvia esperada para un mes puede caer en periodos más cortos.
América Latina y el Caribe “es una región rica en recursos hídricos, pero sedienta por soluciones para abordar un problema de estrés hídrico que va empeorando. Mejorar la gobernanza y la gestión del agua es esencial para fortalecer la resiliencia contra los choques relacionados con el clima”, indicó el reporte del Pnud.
Fuente: Agencia IPS