Los tambores de guerra se hacen sentir una vez más con fuerza en Washington. El ataque de Estados Unidos sobre Siria ya se daba por sentado. "No es un tema de si va a suceder o no, sino de cuándo va a suceder", dijo Christiane Amanpour –influyente periodista de la CNN con importante llegada al establishment de política exterior de Washington– en su emisión del jueves por la noche.
Asediado por los escándalos en el frente interno, Donald Trump sabe que la única manera que tiene de ponerlos a dormir es precisamente con una intervención en la Siria de Bachar Al Asad. Como sucedió hace exactamente un año, cuando cercado por los escándalos y llamados a impeachment ordenó bombardear una base aérea siria y logró calmar las aguas hasta ahora, dentro de lo que se puede llamar calma para el perfil escandaloso que siempre ha perseguido a Trump desde que se convirtió en figura pública.
Hasta ese momento en abril del año pasado, The New York Times y The Washington Post no le habían dado tregua al presidente desde su asunción tres meses antes, y ambos diarios hasta lo habían calificado de mentiroso en sus editoriales. Pero ni bien los primeros Tomahawk empezaron a caer sobre Siria, los dos prestigiosos rotativos elogiaron la firmeza y celeridad con que el "comandante en jefe" había actuado para "darle al mundo una lección".
Hoy, después del allanamiento por el FBI de las oficinas de su abogado Michael Cohen, la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la "trama rusa" presuntamente cerrando el cerco sobre Trump, y cada día con un nuevo trascendido de alguna relación extramatrimonial en su pasado reciente, nada hace pensar que –de ordenar un ataque sobre Siria– esta vez vaya a ser diferente.
En su última columna de The Washington Post, Marc Thiessen dice que hay que "darle duro" a Siria porque Corea del Norte está mirando. "Un ataque decisivo (sobre Damasco) mandará una poderosa señal a Pyongyang", escribe el columnista republicano. Por su parte, el influyente David Ignatius, quien tras el bombardeo del año pasado a Siria afirmaba en su columna que "las dimensiones morales de un liderazgo han finalmente arribado a la Casa Blanca", hoy no parece estar tan convencido. Y aunque de modo tangencial, fustigó a Trump por su mensaje de Twitter del lunes 9, en el que el presidente le advertía a Rusia que misiles "nuevos, lindos e inteligentes" iban camino de Siria: "Hacer cumplir las normas internacionales contra el uso de armas químicas está bien –dice Ignatius– pero tuitear beligerantes planes de guerra (sic) no". Aunque es de esperar que una vez que el primer misil toque suelo sirio, "las dimensiones morales del liderazgo" retornen rápidamente a la Casa Blanca.
No obstante, Trump ha evitado todo lo que ha podido una intervención en Siria, algo que rechazaba y criticaba ya desde la campaña. Esto lo ha enfrentado con los servicios de inteligencia, que operan en Medio Oriente, y con los halcones neoconservadores que conforman el llamado "establishment de política exterior" de Washington, promotores de la doctrina del "cambio de régimen", que no admiten ninguna salida posible al conflicto sirio que no sea con el derrocamiento de Assad. Se trata de los mismos que promovieron la intervención en Irak por las supuestas armas de destrucción masiva del régimen de Saddam Hussein; armas cuya existencia fuera entonces "confirmada" por la CIA y luego probada falsa.
La razón por la que ahora exhortan a Trump a bombardear Siria otra vez: el ataque con armas químicas del domingo pasado en Douma, un suburbio de Damasco controlado por Jaish al Islam (el Ejército del Islam), un grupo rebelde sunita financiado por Arabia Saudita. No se sabe aún quién es responsable por el ataque químico; todavía no ha habido una investigación independiente. Las versiones de prensa se han basado en las declaraciones y videos de miembros de la Sociedad Médica Sirio-Americana (SAMS, por sus siglas en inglés) y de los Cascos Blancos, organizaciones ambas financiadas por el gobierno de Estados Unidos. Las dos han llamado a la intervención en Siria.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, aseguró el jueves 12 por la tarde, en una entrevista con la Televisión Francesa, que tenía pruebas de que el régimen de Assad era responsable del ataque. Pero las horas pasaban ayer viernes al cierre de esta edición, ya próximo al final de la jornada en París, y ni Macron presentaba sus pruebas ni los numerosos corresponsales de prensa destacados al Eliseo tenían la menor idea de a qué se estaría refiriendo el mandatario galo.
La razón esgrimida para el bombardeo de abril del año pasado también fue un ataque con armas químicas, perpetrado días antes en Khan Shaykhun, una localidad ubicada a medio camino entre Alepo y Damasco. El gobierno de Washington culpó entonces al régimen de Assad; después nunca se supo con certeza de quién había sido la autoría. Pero una investigación del periodista Robert Parry reveló que decenas de las víctimas se habían presentado en hospitales de diversas localidades lejos de Khan Shaykhun varios días antes de que el incidente tuviera lugar.
Y tras la investigación del más conocido de los ataques con armas químicas en Siria, en agosto de 2013, que en su momento se señaló como el cruce de la "línea roja" por parte de Assad y en el cual cientos de personas perdieron la vida, el famoso periodista y premio Pulitzer Seymour Hersh concluyó que el ataque no había sido lanzado por el régimen sirio, sino por grupos rebeldes con el apoyo de los servicios de inteligencia turcos. Los que por entonces operaban también en Siria.
Trump pareció en las últimas horas querer recoger la cometa: "Nunca dije cuándo lanzaría un ataque sobre Siria –declaró el jueves–. Podría ser pronto y bien podría no haberlo en absoluto".
Sin embargo en los sets de televisión de Estados Unidos y del Reino Unido, por donde a diario desfilan los voceros neoconservadores del establishment, se sigue hablando de un bombardeo como algo inevitable. La retórica beligerante por momentos toma un cariz un tanto inverosímil.
Los halcones y la llamada comunidad de inteligencia hace tiempo que quieren una intervención en Siria. Entienden que, tras la derrota del Estado Islámico, el mapa de influencias ha cambiado sustantivamente en Medio Oriente para beneficiar al eje conformado por Rusia, Siria e Irán. La expansión del régimen chiita de Teherán, así como la consolidación de Assad en Damasco y el creciente poder de Moscú en la región, preocupan no solo al establishment de Washington, sino también a sus aliados históricos en Medio Oriente: Arabia Saudita e Israel.
Assad encabeza una dictadura que por momentos ha sido cruel con la disidencia siria; y el conflicto lleva siete años, con más de 500 mil muertos y millones de desplazados. Lo que no parece claro es que los grupos rebeldes sean mejores que Assad. Ahí los reduccionismos de "buenos y malos" quedan muy a trasmano. Pero para los neoconservadores de Washington que impulsan el cambio de régimen, Siria tiene un valor estratégico. Entienden que Estados Unidos ha perdido terreno a manos de Rusia y China, y en Medio Oriente lo quieren recuperar por la fuerza. Cuando hablan de "enviar un mensaje", el mensaje es a Rusia y China. Y finalmente es una visión compartida por la abrumadora mayoría del establishment (desde el Congreso hasta los servicios de inteligencia pasando por los medios de comunicación) y por buena parte del pueblo norteamericano. Cuando Marc Thiessen habla de "enviar una señal", no es solo a Pionyang; así como cuando The New York Times habla en su editorial de "dar una lección al mundo", está diciendo una lección a Rusia y a China.
Trump nunca se ha alineado con los halcones en la doctrina del cambio de régimen. Y ha tratado de comandar su política exterior a través del Pentágono, con Jim Mattis a la cabeza, restándole influencia a los servicios de inteligencia y al propio Departamento de Estado.
El jueves 12 Mattis también quiso poner el freno de mano en Siria. "Estamos tratando de que no muera más gente inocente; pero lo más importante ahora es evitar la escalada del conflicto", dijo el secretario de Defensa ante el Congreso, en lo que fue tomado como un indicio de reversa.
Pero, aun así, los tambores de guerra siguen redoblando con efecto amplificado. Y les va a resultar muy difícil a Trump y a Mattis bajarse de esta ahora mismo. La suerte parece estar echada.
Tormentoso
Donald Trump está en el ojo del huracán. A la "trama rusa" que investiga el fiscal especial Robert Mueller, se le han sumado ahora varios escándalos por su pasado sexual.
Según informó The New York Times, el lunes 9 el FBI allanó las oficinas de su abogado Michael Cohen en busca de evidencia sobre pagos efectuados a mujeres para que no revelasen haber tenido relaciones con el entonces candidato republicano.
Se trata de la actriz porno Stormy Daniels y de la explaymate Karen McDougal, quienes afirman haber recibido 130 mil y 150 mil dólares respectivamente, una de manos del letrado y otra del tabloide The National Equirer, propiedad de un amigo de Trump.
En una interpretación un tanto tortuosa de la norma, los agentes federales entienden que esos dineros pueden considerarse contribuciones de campaña; y, al no haber sido declarados, podrían configurar delito.
El abogado se ha echado toda la culpa; pero aún así no logra despejar la peor tormenta de Trump desde que llegó a la Casa Blanca. La tapa de la revista Time de este fin de semana lo muestra en medio de una gran tempestad y abajo la inscripción "Stormy", en un juego de palabras con el nombre de su acusadora y el significado en inglés de la palabra: tormentoso.