El icónico restaurante flotante de Hong Kong se hunde pocos días después de abandonar la ciudad. La compañía operadora de la embarcación había decidido trasladarla por falta de fondos para su mantenimiento
El que en su día fue el mayor restaurante flotante del mundo, con una carta especializada en pescado y marisco, ha terminado sus días criando malvas en el fondo del océano. Puede parecer un chiste malo. Pero es el final real de una de las mayores atracciones turísticas de Hong Kong, el Jumbo Floating Restaurant, hundido por sorpresa en aguas del mar de China Meridional mientras era reubicado tras casi medio siglo anclado en las costas de la excolonia británica. Sin posibilidad de volver a flote, su casco dará ahora cobijo a esos mismos centollos y bogavantes que antes servían en sus mesas.
Todo sucedió el domingo, cuando la nave, de 76 metros de eslora y capacidad para 2.300 invitados, se topó con “condiciones meteorológicas adversas” en las inmediaciones de las islas Paracelso. Pese a los esfuerzos por mantenerlo a flote de los barcos que lo remolcaban, el Jumbo volcó y se fue a pique en un área de unos 1.000 metros de profundidad, lo que hace “extremadamente difícil” su rescate, según su empresa gestora, Aberdeen Restaurant Entreprises. Por suerte, nadie resultó herido.
Gobierno hongkonés
Su hundimiento pone un triste punto y final a la historia de uno de los iconos locales presentes en toda guía de turismo. Inaugurado en 1976 por el difunto magnate de los casinos Stanley Ho, su construcción costó casi cuatro millones de euros, y en sus días de gloria encarnó el colmo del lujo y oropel con un diseño similar al de un palacio imperial chino rebosante de neones, pinturas y coloridos motivos decorativos de estilo oriental, trono dorado incluido.
Fueron años regados de comensales ilustres -la reina británica Isabel II, el actor Tom Cruise o el presidente estadounidense Jimmy Carter, entre muchos otros- en los que también sirvió de escenario para películas como El hombre de la pistola de oro, de la saga James Bond, o Contagio, un filme de Steven Soderbergh que, ironías de la vida, trata sobre una pandemia global.
Pero como dice el refrán, cualquier tiempo pasado fue mejor y, con el paso de las décadas, la nave fue perdiendo lustre y clientela. Según sus gestores, el negocio no es rentable desde 2013, y en los últimos años apenas sobrevivió gracias a los turistas chinos que acudían en tropel a sus salones atraídos por su fama añeja. Ese flujo vital se vio primero interrumpido por las protestas antigubernamentales de 2019, y se frenó en seco tras el cierre fronterizo que trajo consigo la pandemia. Forzados a bajar la persiana en marzo de 2020, el local ya acumula pérdidas superiores a los diez millones de euros.
Desde entonces, hasta una docena de empresas y organizaciones han declinado la oferta de hacerse con su gestión a coste cero, y el gobierno local de Carrie Lam se negó a concederles asistencia financiera. “No tenemos intención de invertir dinero en esta operación porque no somos buenos para administrar este tipo de locales”, aseguró ante quienes le presionaban a mantener la atracción viva.