Por Revista PPV, especial para AIM. Así no más. Se fue el 10, se cansó de la vida en este mundo, de la fama, de los excesos y de las idolatrías. Se fue Diego y duele en el alma de un pueblo que lo venera, porque los momentos de felicidad son pocos. y él fue un generador permanente de estos instantes.
El 10, Diego, Marado, Pelusa, el Gordo, no importa cómo se lo nombra, importa lo que ese nombre, o apodos, encierra. Y eso que encierra se vio ayer en Plaza de Mayo en esas filas que recorrían cuadras y cuadras. Desde Casa Rosada por Avenida de Mayo, doblando por 9 de Julio hasta Constitución. Gente con remeras de todos los equipos de fútbol, las de la Selección Argentina y las de Boca, las más numerosas. Desde bebes en brazos hasta gente mayor formaban parte de esa hilera, que avanzaba lenta pero constante, en espera a su turno para ingresar a la Casa Rosada y despedir al astro.
“Ahora sí Nietzche, D10s ha muerto” -reza un meme que circula por las redes.
Tristeza en los rostros, llantos por momentos matizadas con gritos de recuerdo al ídolo: “El que no salta es un inglés”; “Vení, vení, bailá conmigo que un amigo vas a encontrar y de la mano de Maradona, todos la vuelta vamos a dar”; “Dame todo lo que tengo que te llevo adentro de mi corazón”; “Y dale Maradona”, algunos de los cantos que salían de las filas mientras que el dolor se hacía carne y reafirmaba que Nietzche finalmente había tenido razón.
¿Alguien puede dudar de que es un símbolo de Argentina? La bandera, el himno, el dulce de leche y Diego Armando Maradona, con sus pro y sus bemoles, un ídolo.
Si alguna duda cabía, bastaba ver a ese joven que, enfundado en su camiseta de Argentina, con un pie enyesado y muletas, a la altura de 9 de Julio y México, que, entre pasos cortos y momentos de quietud, avanzaba en la fila; o a ese otro, también con camiseta de Boca corpulento y con una rosa en la mano a pocos metros de Avenida de Mayo y Perú esperando el momento para acercarse al cajón y despedir a su ídolo.
Maradona deleitó con su juego, su pasión y su calidad indiscutida de futbolista, al mundo entero. Desde dos pantallas gigantes, ubicadas estratégicamente sobre la Plaza de Mayo, permitían disfrutar de la magia de Diego con la pelota.
Nació en Villa Fiorito y, a pesar de su vida licenciosa y las mil vidas vividas, nunca renunció a su condición de clase. Sabía que venía del subsuelo de la patria y por ello adhirió a las causas populares. Admirador y amigo de quienes hicieron otra América Latina: Fidel, Chávez, Evo, Lula, Néstor y Cristina. Con ellos marchó, con su tatuaje del Che en su brazo, en el famoso tren del Alba que llevaba camino al Alca, Al Carajo. El que muchísimos años antes de hablar del aporte solidario a las grandes fortunas declaró que “el gobierno debería sacarle a los que más tiene, como yo”, el que ayudó a Venezuela -según relató su presidente Nicolás Maduro hace unas horas- con alimentos. El que le dio la espalda a Videla y apoyó a Abuelas para que sean reconocidas con el Nobel de la Paz.
Conoció a Fidel Castro, gracias al periodista Carlos Bonelli que gestionó el viaje a Cuba, el primero de muchos otros, y en ese viaje se construyó una amistad basada en la admiración entre el líder de la Revolución Cubana y el líder del fútbol mundial, tan profunda que quizo la vida…o la muerte, que partieran un mismo día con diferencia de cuatro años. Una amistad que se hizo extensiva al pueblo cubano y que se evidenció ayer sobre Avenida de Mayo cuando un grupo de personas, con banderas cubanas y carteles contra el bloqueo, cantaba “Cuba, Diego, abajo el bloqueo”.
El Diego, el mismo que autodestruyó su vida, que maltrató a las mujeres que lo rodearon, que tuvo a muchos hijos a los que desconoció durante muchos años, el que quedó atrapado en la cultura machista y patriarcal, el que murió el día en que el mundo recuerda a las mujeres víctimas de violencia de género.
Pero ni esta actitud pudo manchar la admiración que se le tenía, porque “la pelota no se mancha” y la imagen de Maradona tampoco: “Tenemos memoria y no olvidamos la violencia que ha ejercido contra muchas mujeres, lo tenemos claro y sabemos que es parte de la sociedad y el futuro por el que luchamos: que ser macho no signifique tener privilegios ni ejercer violencia alguna contra el cuerpo de las mujeres. Que ser macho no sea cuestión de poderes ni de fuerzas físicas. Pero en medio de tanto ruido ahogando la voz de las y los pobres, no nos olvidamos de que el Diego y su fútbol siempre apuntaron hacia el sur. Desde su nacimiento estuvo marcado con esta estrella y siempre supo bien de dónde vino y hacia dónde quería apuntar: salió del barro y nunca olvidó su origen, la conciencia de clase la forjó en los lugares donde perfeccionó su arte con la pelota y con los más olvidados convirtió al fútbol en el escenario para hacer visible lo invisible.” -explicaban Nadia Fink, Lisbeth Montaña y Camila Parodi en su nota ¿Por qué queremos tanto a Diego si somos feministas? para la revista Marcha cuando cumplió los 60 años hace sólo un mes atrás.
Maradona el que cantaba el himno ante cada partido con la misma pasión que jugaba dentro de la cancha o con la que podía llorar, sin pudores, frente a las cámaras porque salió sub campeón del mundo. El de las frases célebres: “se le escapó la tortuga”; “te espero en Segurola y Habana”; “le tomó la leche al gato”, entre otras.
La del jueves fue una despedida que nació desde el sentir más profundo del pueblo, de la admiración, del respeto, y que fue empañada por el operativo policial que, como siempre, apeló a la represión para poner fin al ingreso de la gente a la casa de Gobierno, pero nada, ni nadie, podrá empañar ese amor incondicional que seguirá creciendo conforme pase el tiempo porque el Diego ya es Leyenda.
“Al Diego, a mí, me sacaron de Villa Fiorito y me revolearon de una patada en el culo a París, a la torre Eiffel. Yo tenía puesto el pantalón de siempre, el único, el que usaba en el invierno y en el verano, ése de corderoy. Allá caí y me pidieron, me exigieron, que dijera lo que tenía que decir, que actuara como tenía que actuar, que hiciera lo que ellos quisieran. Y yo hice. Yo… hice lo que pude, creo que tan mal no me fue” – contó a Yo soy el Diego, de la gente, el libro que reúne largas horas de charla con el periodista Daniel Arcucci.
Esa gente que lo siente a Diego como un padre, un hermano, un amigo. Sin embargo, la tristeza de la soledad pudo con él. Justo él que le dio tantas alegrías a su pueblo, no pudo dárselas así mismo.
¡Chau Diego, descansá en paz! A los grandes le cabe la gloria y vos te vas con ella. Nos quedan tus gambetas, tus goles, tus pases maravillosos y el mejor gol que se haya visto en la historia de un mundial.