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Política
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Del temor al amor: Todo es política

Sobre la cuestión de si es mejor para un gobernante ser amado o temido, Maquiavelo consideró que ambas cosas a la vez es lo deseable, pero difícil. Por eso escribió en "El Príncipe":  "declaro que es más seguro ser temido que amado. Porque la generalidad de los hombres son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos cuando no necesitas de ello:   pero cuando la necesidad se presenta, se rebelan.

Macri sigue el camino hasta el final: que en lugar de pueblo haya consumidores ciegos que luchan sin alegría, pero con miedo,  por no volverse marginales.
Macri sigue el camino hasta el final: que en lugar de pueblo haya consumidores ciegos que luchan sin alegría, pero con miedo,  por no volverse marginales.

Uno de sus discípulos a varios siglos de distancia, dijo en el siglo XX, cuando era gobierno: “La mejor arma política es el terror. La crueldad impone respeto; los hombres podrán odiarnos pero no queremos su cariño, sólo queremos su miedo”

La frase  de Heinrich Himmler  recuerda a  Maquiavelo;  pero  es reveladora de la política nazi y de la psicología personal del jefe de las SS, tan adecuada a la política del partido nacionalsocialista. Como Maquiavelo, tiene la ventaja sobre las declaraciones políticas posteriores a la segunda guerra mundial,  de que no necesita interpretación: dice lo que quiere decir, usa las palabras en sentido recto.

Los políticos a los que estamos acostumbrados dicen una cosa por otra, derraman amor televisivo y comprensión publicitaria por las existencias menores, pero tratan de mantenerlas a raya con la blanda mentira mientras se pueda, con fantasmas que meten miedo en tiempos electorales o con el terror sin tapujos, si llega la necesidad.

Si no conviene el terror de Estado, será la delincuencia desatada y calculada que paraliza a la clase media o la guerra que los narcos desatan en las calles; los narcos que los financian y mantienen el  terror paralizante  y les prestan rostro para que los propios políticos no deban exponer el suyo y puedan sostener la ficción democrática y representativa.

Uno de los resultados de la decadencia general es la devaluación creciente de la palabra. La gente que escucha a los políticos sabe que  debe interpretar el mensaje sin  suponer ni equivocados que harán lo que dicen, que respaldarán con hechos su palabra: Si Menem anuncia salariazo y revolución productiva, el salario se congelará por 10 años y la industria sufrirá bajo la importación indiscriminada. Si Macri anuncia felicidad para todos y pobreza cero, habrá despidos y  crecerán la miseria y  la marginación.

El actual presidente, Mauricio Macri, es un hombre escaso de ideas, abundante en dinero y en traumas parentales  e incolmable en ambiciones, dominado por la necesidad de pasar del "tener" que debe sobre todo al padre, al  "ser" que entiende como instalación  y permanencia de su imagen edulcorada en la mente de todos.

Es un piso más agregado a su fortuna personal, que no le llena  un vacío interior que nada llenará, tampoco su  visita acostumbrada a  un  psicoanalista dos veces por semana ni sus inverosímiles sesiones de meditación budista.

Y la imagen del presidente es ahora una imagen sin bigote, que según el propio psicoanálisis  puede ser indicio de que con el bigote  Mauricio quiso extirpar a su padre Franco de su vida. Dos semanas después de morir Franco, su hijo presidente lo consideró delincuente.

El investigador canadiense John Beasley Murray vulgarizó la idea de "hegemonía" que tomó de Antonio Gramsci, y criticó la de Ernesto Laclau. Para él los tiempos que corren son " poshegemónicos y cínicos"; el orden social ya  no se basaría en ideologías, que   hoy están  devaluadas.

Para Beasley Murray el  estado poshegemónico  está presente en cada detalle de  la vida cotidiana, y frente a él la sociedad civil ha perdido fuerza.

La idolatría del Estado hizo peronistas prácticos a todos los argentinos, incluso a los antiperonistas teóricos; pero el Estado,  del que todo se espera, parece haberse corrido de todo, está tan atento al chasquido de dedos del capital financiero como siempre, pero con todos los gobiernos se ha vuelto duro de  oído para la voz popular.

El kirchnerismo se presentó, a la manera de Laclau, como articulador de demandas insatisfechas; pero al final no pudo construir hegemonía  y terminó creando las condiciones para ser reemplazado por la derecha macrista,  de apariencia de marquesina y alma de boletería.  Después de los K, vino Macri, el "poshegemónico" con ideología implícita que no declara y quizá no conoce, pero que se desliza al posmodernismo y al neoliberalismo.

Su escaso discernimiento de las leyes fundamentales se evidencia en  uno de sus spots, donde promete crecimiento "para siempre". Por suerte para todos, nada crece para siempre, ni nosotros, ni nuestro perro, ni los microbios que nos enferman ni el sol que nos alumbra. Otra cosa sería buscar la armonía y  la estabilidad mientras se cumplen los ciclos naturales, pero acá se trata de juntar votos.

Hay función para los que paguen, los otros, los sobrantes, deben mirar el espectáculo de afuera y comprender que así son las cosas, el Estado no puede hacer más por ellos que acompañarlos con una lágrima dibujada al cementerio.

Macri empezó su carrera presidencial manifestando no querer confrontar, dialogaba, parecía comprensivo  y abierto, se mostraba  como el polo opuesto de Cristina, pero los polos contrarios se atraen y son partes del mismo imán, que en realidad es una sola pieza: el poder mundial con muchas cabezas y un solo estómago.

Daba su versión cambiada, como correspondía a Cambiemos, a la que también le llegó el cambio,  de "todos unidos triunfaremos". Lo único necesario era hablar con el corazón a la caja registradora  y guardar la llave  y el contenido.

Lo que quiere Mauricio, lo que tiene para él el aspecto mismo de la verdad, lo que no dice,  es aclarar las cuentas, que siempre deben serles favorables.

El kirchnerismo hablaba de los pobres, como el Papa, y de la juventud, nucleada en La Cámpora. No mucho de obreros ni de luchas para evitar enojosas disputas de  hegemonía.  Macri sigue el camino hasta el final: que en lugar de pueblo haya consumidores ciegos que luchan sin alegría, pero con miedo,  por no volverse marginales.

De la Redacción de AIM.

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