Gastón Soublette fue profesor y rector de la Universidad Católica de Chile. Se confiesa católico, pero su investigación lo llevó a una valoración de la cultura mapuche inusual entre los occidentales con o sin religión; a expresar una admiración sabia y razonada, fundada en un conocimiento de primera mano.
Soublette es hijo de un padre descendiente de franceses, Luis Soublette, y de una madre descendiente de alemanes, Isabel Assmusen; pero confiesa que tiene algo de la sangre de un cacique mapuche de Chillán, quizá para acercarse también por vía biológica al pueblo que admira.
Nació en 1927 en Antofagasta, ciudad que fue de Bolivia antes de la guerra del Pacífico, pero de niño vivió en Viña del Mar, luego en Santiago, luego en París. Comenzó su vida universitaria estudiando arquitectura, luego derecho, luego musicología.
Dice haber fracasado como arquitecto y como músico, a pesar de haber escrito las partituras de las composiciones de Violeta Parra. Descubrió tarde en su larga vida, que ya llegó a los 92 años, que estaba hecho para la enseñanza y la investigación. Es autor de un libro sobre el compositor austríaco Gustav Mahler; de la recopilación “Sabiduría chilena de tradición oral” y de “La Estrella de Chile”.
La experiencia del parque Conguillío
Un miembro de la pastoral católica universitaria de Santiago le preguntó porqué hay que estar orgulloso de los mapuche, cuando ellos no crearon nada similar a los portentos arquitectónicos de los mesoamericanos ni nada comparable con la civilización andina.
Para responder, narró una experiencia en el parque Conguillío, en la región de los lagos en Chile. Estaba sentado en la playa del lago, frente al agua calma. En la costa opuesta, los bosques de araucarias, algunas de 2000 años, reflejándose en el agua. Atrás, las cumbres nevadas de los Andes y el volcán Llaima.
Cuando se retiró dejó su experiencia escrita en el libro blanco del parque: “De tres siglos lavaron la afrenta, combatiendo en el campo de honor. ¿Qué defendían con tanto ahínco? Ahora me dí cuenta: defendían el paraíso”.
Aclaró que no se trata de un paraíso vegetal, telúrico ni cósmico. En ese paraíso habitaba un tipo de hombre especial con una sabiduría especial y una forma especial de educar a los jóvenes: ese hombre era la verdadera creación de la “gente de la tierra”, los mapuche.
Cuando los quechuas llegaron desde el norte hasta el río Maule, en el centro de Chile, no pudieron seguir más al sur. Dentro de su manera de proceder, tratando de convencer con diplomacia antes de vencer con violencia, dialogaron con los mapuche e invitaron a varios de ellos a visitar el Cuzco para que vieran qué conveniente era integrarse a su civilización.
Los loncos (jefes) visitaron el Cuzco; pero a pesar del esplendor que apreciaron, que dejan vislumbrar los restos actuales, volvieron a su tierra considerándola mejor. ¿Qué era mejor? La manera mapuche de habitar la tierra insertos en el orden natural, creando un hombre especial. Lo propio de los mapuche era poner el énfasis en la creación de un tipo de hombre y no en objetos materiales, no en cosas.
Según Soublette, los españoles no dedicaron a ningún otro pueblo original de Abya Yala una epopeya como La Araucana de Alonso de Ercilla.
Wentru y Domo
¿Qué es el hombre mapuche? En su idioma, el mapundungun, hombre, ser humano varón, se dice “wentru”. El análisis de esta palabra compuesta es revelador. “Wen” viene de “wenumapu”, que significa cielo, y “tru” deriva de un verbo que significa “contraer”. Wentru es entonces el cielo contraído. Como indican las sabidurías tradicionales, una síntesis del universo, que está todo en cada parte.
Mujer es “domo”, que significa “aquella por la que somos más”. No se refiere solamente a la función reproductora, que permite al pueblo mapuche crecer en número. También es la que permite al hombre ir más allá, cultivar su mente hasta dejarla atrás, transformada en la conciencia más alta, en el cielo contraído en un cuerpo.
El mito revelador
Este sentido está implícito en el mito mapuche de la creación del hombre. El hombre preexistía en el cielo. El creador lo tomó, lo cubrió de un cuerpo y lo lanzó a la tierra.
El hombre cayó aturdido. Entonces el creador tomó otro espíritu y también lo cubrió de un cuerpo. Fue la mujer, enviada a mapu, la tierra, a despertar al hombre, a recordarle sus facultades superiores. La mujer no fue arrojada, sino posada delicadamente en la superficie de la tierra. Para encontrar al hombre caminó sobre las rocas peladas de modo que a sus pasos crecían los árboles y la hierba. Un mito griego dice que al paso de Afrodita se cubrían de flores los senderos. La mujer encontró al hombre y lo despertó (lo sigue despertando todavía).
Soublette dice que en mapundungun la palabra que podríamos traducir a falta de otra mejor como “espíritu”, la conciencia más alta, significa lo mínimo, lo que se contrae tanto que deja de ser material, pasa a otro plano.
Esa transformación, de trans-formar” o ir más allá de la forma, es lo que la sabiduría hindú atribuye a Shiva, que no es el destructor que todo lo aniquila, sino el que hace pasar lo que mira con su ojo frontal del ser contingente manifestado, irreal, al ser esencial no manifestado, real. En otros términos: pasa las cosas del “cómo” de que se ocupa la ciencia al “qué” a que apunta la sabiduría.
¿Quién soy?
Los mapuche ponen mucha atención al alerta mental, al despertar, que es muy apreciado por ellos al punto que lo valoran por sobre todo. En su idioma hay 14 formas diferentes de aludir al despertar, al advertir qué son en realidad, al imperativo de trabajar sobre sí mismos.
Soublette destaca entre las ideas mapuche que todavía no se han perdido el apego a la tierra. Los considera muy superiores a los pobladores urbanos modernos por su sabiduría para habitar la tierra. Quedan entre ellos personeros, hombres y mujeres, que mantienen algo de la sabiduría de los viejos loncos, como la alta concepción de su cultura, el amor y respeto a lo propio y la valoración de su identidad inconfundible. Recuerda que los cronistas españoles notaron que nada odiaban más que ser sacados de su tierra.
Sobre la riqueza conceptual del idioma mapuche, que expresa la riqueza de su cosmovisión, Soublette menciona palabras de un fraile, médico y misionero alemán nacido en 1860, Félix de Augusta, autor de una “Gramática araucana”, de “Lecturas araucanas” y de un diccionario araucano español: “vosotros, europeos, que estáis orgullosos de tener lenguas que han dado gloriosas obras literarias, sabed que así somo los Andes se alzan sobre todas las montañas, el mapundungum se alza sobre todas las lenguas de la tierra”.
El conocimiento liberador
Para los mapuche lo mínimo, lo que por contracción llega a ser un punto sin dimensiones, que no es material pero paradójicamente origina el espacio, implica un trabajo de toda la vida: hacer que su psique, su mente, su sentido interior, alcance las instancias más altas de la conciencia, de las que al principio parece lejos. Para esto los hombres se deben apoyar en las mujeres y las mujeres en los hombres.
Soublette subraya el sentido del grito de batalla de los mapuche. Al entrar en combate, gritan “yo, el hombre, permanece”. Es decir, a pesar de que voy a matar y arriesgo dejarme llevar por el odio hasta convertirme en bestia, debo seguir siendo un hombre.
Un poco de infinito
Hay una relación visible entre las tradiciones orientales, por ejemplo el taoísmo en China, con las de otras culturas del mundo.
Soublette es autor de una traducción del Tao Te King de Lao Tse que tiene varias diferencias respecto de las anteriores.
El texto, redactado hace 2500 años, recoge una sabiduría inmemorial. Comienza así:
El Tao que puede ser explicado no es el Tao eterno
El nombre que puede ser pronunciado no es el nombre eterno
Llamo No ser al principio de cielo y tierra.
Llamo Ser a la madre de todos los seres.
La dirección al No ser conduce a contemplar la esencia maravillosa.
La dirección al Ser conduce a contemplar los límites espaciales
Ambos modos son originalmente
uno y solo difieren en el nombre.
En su unidad este Uno es el misterio
Misterio de los misterios y puerta de toda maravilla.
Lao Tse fue un sabio que tenía el cargo de guardián de los documentos de la dinastía Chu hace 2500 años, cuando la China comenzaba a civilizarse. Era contemporáneo de Confucio, y complementario y adversario de él en la medida en que Confucio era un progresista modernizador, con un proyecto de desarrollo, y Lao Tse advertía sobre la violación del orden natural de las cosas.
Lao Tse expresa principios universales, que relacionan al hombre con el Todo, y que no pueden ser vulnerados. El taoísmo según Soublette tiene un parecido muy grande con la tradición oral mapuche, expresada en los aforismos de los viejos loncos.
Conjetura la existencia de una lengua madre perdida para la raza mongólica a la que pertenecerían también los mapuche; pero las lenguas sobrevivientes y las de Abya yala tienen palabras comunes que permiten suponer un origen común.
En tiempos remotos todos los pueblos del mundo tenían cultura pero todavía no habían desarrollado civilizaciones ni Estados; todos tenían puntos de vista y concepciones muy parecidas. Había una manera común de concebir que posiblemente resultaba de las costumbres, de las condiciones de vida o de una tradición original perdida que las informó a todas.
Por ejemplo: en las tradiciones védicas hindúes y en I Ching, el libro fundamental de la cultura china -en el neolítico todavía- el cielo como padre concibe las imágenes y las proyecta sobre la tierra, que como madre les da forma. Expresadas filosóficamente, esas ideas en Aristóteles son la materia y la forma; la potencia y el acto. Pero son también totalmente mapuches.
“El situarse en un orden natural y conocerlo como única posibilidad de vida es una actitud común de todos los indígenas (estado de las sociedades anterior a las civilizaciones). Cuando más retrocedemos en el tiempo, más se parecen los pueblos”
El pensamiento bipolar
Todos los pueblos originarios, por supuesto también los mapuche, conciben el mundo con criterios de objetividad diferentes de los causales vigentes en la ciencia moderna.
El acontecer objetivo es para ellos un correlato analógico del acontecer interior, más de acuerdo con el principio que Carl Gustav Jung llamó de “sincronicidad” que según el principio de causa y efecto.
Dice que los mapuches no se planteaban cómo se formó el universo ni a qué distancia están las estrellas; pero saben que los contenidos de conciencia se proyectan en el mundo objetivo.
La ciencia moderna puede hacer la vida más cómoda, por ejemplo. Pero en eso no nos va la vida, aunque sí en la relación de nuestra psique con el mundo. La ignorancia de los límites de la causalidad, la pretensión de darle validez universal, es uno de los grandes vacíos de la ciencia.
El esquema fundamental es el equilibrio: quien es solamente activo puede destruir el mundo; quien es solamente pasivo puede paralizar todo; eso lo saben bien los pueblos originarios. Ellos dicen “no hay una sin otra”, es decir, disciernen por analogía, por una sabiduría bipolar.
Existen mujer y hombre, animal y vegetal, calor frío, presión y depresión, sueño y vigilia: un principio receptivo y otro creativo, el yin y el yang en el taoismo, purusha y prakriti en el hinduísmo; en el pitagorismo el uno se polariza en dos; uno y dos rehacen el equilibrio en tres, que es la síntesis dialéctica que refleja la unidad en otro plano, como una estrella en el fondo de un pozo.
Ese equilibrio entre opuestos es la esencia de la sabiduría, que se expresa en dichos propios de pueblos que viven insertos en el orden natural como “no hay una sin otra” o “las desgracias no vienen solas”, o “no hay primera sin segunda ni segunda sin tercera”, una manera de conocer sincrónica antes que causal. Es la misma intuición esencial que llevó a crear el I Ching hace milenios en la China.
Soublette lanza una idea con la que han coincidido por otras razones autores como Ken Willber, Allan Watts, Ananda Koomaraswamy o Frithjof Schuon: la única vez que hubo consenso en toda la humanidad, la única vez que la doctrinas coincidieron salvo diferencias de expresión, pero dejando ver la unidad de origen, fue en la prehistoria. Desde entonces, nunca más. Cuando una cultura se civiliza también se materializa, se vulgariza, se desarrolla sin meta visible y termina autodestruyéndose. Entonces quizá otra cultura aparezca en un acto misterioso que es la “puerta de toda maravilla”.
De la Redacción de AIM.