El gran crack ignorado del fútbol argentino, El "Trinche" Tomás Carlovich, fue asesinado hace unos días en un intento de asalto. En una jugada genial post mortem, ayudó a gambetear la prisión domiciliaria en Rosario, en la cancha de su club, el "charrúa" Central Córdoba, donde una multitud acudió a despedir sus restos sin respetar el aislamiento ni la distancia entre personas impuestos por los funcionarios con motivo de la peste.
La veneración por el Trinche fue tal que sus hinchas olvidaron el miedo al contagio y la muerte y desafiaron las penas impuestas a los infractores de la cuarentena sanitaria obligatoria. La policía adujo no haber intervenido por desconocer la convocatoria.
En pocas semanas, con el pretexto de la peste, el mundo entero perdió lo que nuestros antepasados tardaron siglos en conseguir: sin queja ni sospecha, pidiendo más y más medidas que anulen la poca libertad que nos queda, murieron los derechos individuales a cambio de la promesa de resguardar la salud.
Los políticos hacen constante apelación a las ciencias experimentales modernas, en especial a las biomédicas, para justificar con gran sobreactuación medidas que van mucho más lejos que lo que las ciencias permiten porque apuntan a derechos que los individuos no pueden delegar sin convertirse en esclavos.
En un futuro cercano, veremos si el deseo insaciable de poder de los políticos acepta no seguir diciendo quién puede trabajar y quién no, quién está autorizado a salir de su casa y quién no, cuántas veces por semana y por cuánto tiempo, etc, etc. Será muy cuesta arriba retomar la lucha milenaria por las libertades, perdidas en pocos días, pero habrá que hacerlo si es necesario.
En rigor, sin entrar a discutir los fundamentos ni las conclusiones de la ciencia, ésta funciona de hecho, como lo vemos ahora, como un sistema de creencias para el vulgo. La gente común, a la que van dirigidos los mensajes de los políticos y de los científicos que transitoriamente consultan asiduamente, debe quedar anonadada, sin respuesta, ante la magnitud del saber de una minoría ilustrada. De la misma manera, en otras épocas el deslumbramiento estaba a cargo del esplendor de las catedrales y de los rituales que se sirven en ellas; pero en toda época bajo la mano de hierro del Estado.
Crown o corona
Pilar Baselga, una monárquica española muy locuaz y combativa, profesora de historia del arte, afirma que los anglosajones le pusieron "corona virus", en castellano, a algo que no conocen pero que menean como terrible porque deseaban atacar a la monarquía española. Es decir, para ella el nombre mismo de la peste implica una intención contra la que se vuelve porque contraría sus propias posiciones políticas.
Pide que como acostumbran bauticen en inglés al corona, por ejemplo "crown". Recuerda Pilar que otra gran peste de hace un siglo, la gripe española, que iba en serio y mató entre 50 y 100 millones de personas, se originó en los Estados Unidos inmediatamente después de la primera guerra mundial y afectó a muchos países de Europa, pero no a España.
Peste y política
La incertidumbre sobre la peste del coronavirus, la multiplicidad de opiniones de científicos, justo donde las opiniones deben morir, deriva de una dificultad similar a la que experimentaban para describir los hombres con cabeza en el ombligo que en la antigüedad decían haber visto algunos viajeros-verseros.
Por ejemplo, se dice que cuando el 60 por ciento de la población esté inmunizada la peste habrá pasado definitivamente. Merkel dijo que eso se logrará en meses, otros dijeron que en cuatro años y otros que nunca, debido a que hay en el mundo 90.000 recién nacidos cada día.
Un dueño de clínicas de una ciudad del centro de los Estados Unidos reclama que abandonen ya el aislamiento profiláctico porque sus clínicas están vacías: no llegó el aluvión de apestados que esperaba y los enfermos de otra cosa se abstienen por miedo al contagio. En estas condiciones, el hombre presiente que se va a fundir por una epidemia de buena salud.
De la Redacción de AIM.