En estos días me sorprendo deseando contagiarme el virus; así, al menos, se acabaría esta incertidumbre extenuante... Un claro signo del aumento de mi ansiedad es mi relación con el sueño. Hasta hace más o menos una semana esperaba con ansias la llegada de la noche: finalmente podría escapar hacia el territorio del sueño y olvidar los temores de mi vida cotidiana... Ahora es casi lo opuesto: temo quedarme dormido, porque las pesadillas me hacen despertar en pánico –pesadillas sobre la realidad que me espera–. Por Slavoj Žižek.
¿Qué realidad? En estos días escuchamos decir que se necesitan cambios sociales profundos para enfrentar las consecuencias de la epidemia en curso (yo mismo soy uno de quienes repiten ese mantra), pero esos cambios radicales ya están teniendo lugar. La epidemia del coronavirus nos pone ante algo que creíamos imposible. No podíamos imaginar que algo así pudiera llegar a suceder realmente durante nuestra vida: el mundo que conocíamos ha dejado de girar, países enteros cierran sus fronteras, muchos de nosotros estamos confinados a nuestros departamentos (¿y qué pasa con quienes no pueden permitirse ni siquiera esa mínima medida de seguridad?). Nos enfrentamos a un futuro incierto en el que, aunque la mayoría de nosotros logre sobrevivir, todavía nos espera una megacrisis... Y lo que esto significa es que nuestra reacción debería consistir en hacer lo imposible –lo que parece imposible desde las coordenadas del orden mundial existente–. Pero lo imposible ya pasó, se paró el mundo, y lo que tenemos que hacer para evitar lo peor es lo imposible, es decir… ¿Qué? (Debo esta línea de pensamiento a Alenka Zupančič).
No creo que la peor amenaza sea una regresión la pura barbarie, a la violencia brutal por la supervivencia, entre disturbios públicos, linchamientos, etc. (aunque, con el posible colapso de los sistemas de salud y otros servicios públicos, ese escenario también es posible). Más que la abierta barbarie, lo que me asusta es la barbarie con rostro humano; despiadadas medidas de supervivencia que se imponen con gestos de pesar y compasión, pero legitimadas por las opiniones expertas. Para un observador atento es fácil percibir el cambio de tono en la manera en que nos interpelan quienes tienen el poder. No solo intentan proyectar calma y confianza, sino que constantemente formulan predicciones alarmantes: que el curso de la pandemia será de alrededor de dos años y que el virus terminará por infectar a un 60 o 70 por ciento de la población global, dejando millones de muertos... En pocas palabras, su verdadero mensaje es que deberemos resignar la premisa básica de nuestra ética social: el cuidado de los ancianos y de los más débiles. (Italia ya ha anunciado que si las cosas empeoran, habrá que tomar difíciles decisiones[1] sobre la vida y la muerte de pacientes de más de ochenta años o que tengan enfermedades preexistentes). Hay que señalar que admitir esta lógica de “supervivencia del más fuerte” viola incluso el principio básico de la ética militar, que nos dice que después de la batalla siempre debemos atender primero a los heridos más graves, aunque la probabilidad de salvarlos sea mínima. (Aunque, bien mirado, lo anterior no debería sorprendernos: es lo que hacen con los pacientes oncológicos). Para evitar un malentendido, soy completamente realista al respecto; incluso sostengo que deberíamos garantizar una muerte digna para enfermos terminales, evitándoles un sufrimiento innecesario. Pero aun así nuestra prioridad no debería ser economizar recursos, sino ayudar incondicionalmente, más allá del costo, a quienes lo necesitan para sobrevivir.
Por ello me permito disentir respetuosamente con Giorgio Agamben, que ve en la crisis actual un signo de que “nuestra sociedad ya no cree en nada más que en la nuda vida. Es obvio que los italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo –las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones religiosas y políticas– ante el peligro de enfermarse. La nuda vida –y el peligro de perderla– no une a las personas, que las enceguece y las separa”[2]. Las cosas son mucho más ambiguas: [ese peligro]también une a las personas –mantener distancia física es mostrar respeto por el otro, porque yo también puedo ser portador del virus. Mis hijos me evitan porque temen contaminarme (lo que para ellos es una enfermedad pasajera, para mí puede ser mortal).
En los últimos días oímos una y otra vez que cada uno de nosotros es personalmente responsable y debe acatar las nuevas reglas. Los medios están llenos de historias acerca de personas que “se portan mal” y ponen en peligro a los demás (Un hombre entró a una tienda y comenzó a toser... etc.). Y aquí el problema es el mismo que con la ecología, donde desde los medios una y otra vez insisten en la responsabilidad personal (¿Ya recicló sus periódicos viejos?, etc.). Este énfasis, por necesario que sea, funciona como una ideología desde el momento en que sirve para oscurecer la cuestión fundamental de cómo cambiar todo nuestro sistema económico y social. La lucha contra el coronavirus solo puede librarse en conjunto con la lucha contra las mistificaciones ideológicas y como parte de una lucha ecológica global. En palabras de Kate Jones, la transmisión de la enfermedad de animales a humanos es “un costo oculto del desarrollo económico humano. Hay muchos más de nosotros, en cada lugar del mundo. Estamos yendo a lugares que hasta hace poco permanecían inalterados, nos estamos exponiendo más y más. Creamos hábitats donde los virus se transmiten con más facilidad, y después nos sorprendemos de que haya enfermedades nuevas”[3].
Por eso no es suficiente garantizar un sistema de salud global para todos los seres humanos, también deberíamos incluir a la naturaleza; los virus también atacan a las plantas, que son nuestra principal fuente de alimento, como las papas, el trigo y las olivas. Siempre deberíamos tener presente el panorama general del mundo que habitamos, con todas las paradojas que ello implica. Por ejemplo, es bueno enterarse de que el bloqueo en China salvó más vidas que las que se perdieron por el virus (si hemos de creer a las estadísticas):
El economista de recursos ambientales Marshall Burke afirma que hay un vínculo demostrado entre la mala calidad del aire y las muertes prematuras de quienes lo respiran. “Con esto en mente”, dijo, “surge la pregunta natural –por extraña que sea– de si las vidas que se salvan por la reducción en la contaminación que causó el freno de la economía a raíz del COVID-19 excede el número de muertes por el virus mismo”. “Incluso basándonos en estimaciones muy conservadoras, creo que la respuesta es claramente sí”. Burke afirma que, solamente en China, estos dos meses de reducción de los niveles de contaminación salvaron las vidas de más de 4000 niños menores de cinco años y 73000 adultos de más de setenta.[4]Estamos ante una triple crisis: médica (la epidemia misma), económica (que será severa, independientemente del desenlace de la epidemia), y además (algo que no debemos subestimar) una crisis de la salud mental: las coordenadas básicas del mundo de la vida de millones y millones de personas se están desintegrando, y el cambio afectará todo, desde los viajes en avión en las vacaciones hasta las formas de contacto físico de cada día. Debemos aprender a pensar más allá de las coordenadas del mercado de valores y sencillamente encontrar otra manera de producir y asignar los recursos necesarios. Por ejemplo, cuando las autoridades se enteran de que una compañía retiene millones de barbijos esperando el momento adecuado para venderlos, no debería haber ninguna negociación: directamente se los debería expropiar.
Algunos medios informaron que Trump ofreció mil millones de dólares a la compañía farmacéutica CureVac, con base en Tübingen, a cambio de una vacuna “exclusiva para los Estados Unidos”. El ministro de salud de Alemania, Jens Spahn, aclaró que la posible adquisición de la compañía por parte de Trump estaba “completamente descartada”; CureVac solo desarrollaría la vacuna “para todo el mundo, no para un país individual”[5].
Aquí tenemos un caso ejemplar de la lucha entre barbarie y civilización. Pero el mismo Trump debió invocar el Acta de Defensa de la Producción (Defense Production Act), que le permite al gobierno garantizar que el sector privado aumente la producción de suministros médicos de emergencia:
Trump anuncia propuesta para tomar el control del sector privado. El presidente de los Estados Unidos declaró que invocaría una Ley federal que permite que el gobierno acuda al sector privado en respuesta a la pandemia, reportó Associated Press. Trump dijo que firmaría un acta que le otorga la autoridad para controlar la producción interna “si fuera necesario” [6].
Cuando hace un par de semanas utilicé la palabra comunismo, se burlaron de mí, pero ahora la noticia es “Trump anuncia propuesta para tomar el control del sector privado” (¿alguien podría haber imaginado ese titular hace una semana?). Y esto es solo el principio; deberían seguirle muchas otras medidas similares, por no hablar de la auto-organización local de las comunidades, que será necesaria si los sistemas de salud estatales se ven desbordados. No basta simplemente con tratar de aislarnos y sobrevivir; para que algunos de nosotros podamos hacer eso, los servicios públicos básicos deben seguir funcionando: necesitamos electricidad, alimentos, suministros médicos... (Y pronto necesitaremos una lista de las personas que se han recuperado de la enfermedad y han desarrollado inmunidad, aunque sea temporal, para que realicen servicios públicos). No es una utópica visión comunista, es un comunismo que se nos impone por la mera necesidad de supervivencia. Lamentablemente, se trata de una versión de lo que en la Unión Soviética de 1918 se llamó “comunismo de guerra”.
Como dice el refrán, en una crisis somos todos socialistas –hasta Trump está considerando alguna forma de ingreso universal básico, un cheque de mil dólares para cada ciudadano adulto–. Se invertirán trillones de dólares en violar todas las “reglas” del mercado, pero ¿cómo, dónde, para quiénes? ¿Este socialismo forzoso será un socialismo para los ricos? (Recordemos el rescate de los bancos en la crisis de 2008, en la que millones de ciudadanos comunes perdieron sus magros ahorros). ¿La epidemia se reducirá a otro capítulo de la larga y triste historia de lo que Naomi Klein denominó “capitalismo del desastre”[7], o el resultado será un nuevo (acaso más modesto, pero también más equilibrado) orden mundial?
18 de marzo 2020
Publicado originalmente en inglés en Critical Inquiry: https://critinq.wordpress.com/2020/03/18/is-barbarism-with-a-human-face-our-fate/
Traducido por: Juan Rizzo.
- https://www.kcrw.com/news/shows/npr/npr-story/817974987
- https://itself.blog/2020/03/17/giorgio-agamben-clarifications/
- https://www.theguardian.com/environment/2020/mar/18/tip-of-the-iceberg-is-our-destruction-of-nature-responsible-for-covid-19-aoe
- https://www.dailymail.co.uk/sciencetech/article-8121515/Global-air-pollution-levels-plummet-amid-coronavirus-pandemic.html
- https://www.theguardian.com/world/2020/mar/16/not-for-sale-anger-in-germany-at-report-trump-seeking-exclusive-coronavirus-vaccine-deal
- https://www.theguardian.com/world/2020/mar/18/coronavirus-latest-at-a-glance-wednesday-2020
- http://www.sinpermiso.info/textos/capitalismo-del-desastre-estado-de-extorsin