Cada 11 de setiembre se celebra el Día del maestro. En 1943, a 55 años de la muerte de Sarmiento, la Conferencia Interamericana de Educación (integrada por educadores de toda América) se reunió en Panamá y estableció esta fecha.
La asamblea consideró que ninguna fecha es más oportuna para celebrar el Día del maestro que el 11 de septiembre, día en que se recuerda a Domingo Faustino Sarmiento, educador, polemista, luchador político y social, militar, político y presidente de la nación.
A pesar de que Sarmiento no creó las escuelas que la historia le adjudica, que fueron en buena parte obra de Nicolás Avellaneda, durante su presidencia (1868-1874) se propuso elevar el nivel social de amplios sectores de la sociedad a partir de una fuerte acción educativa impulsada por el Estado. En ese entonces la educación era privilegio de un sector muy reducido de la sociedad, perteneciente o muy estrechamente relacionada con la clase dominante.
Sarmiento abogó por una educación popular: “lo que necesitamos primero –dijo– es civilizarnos, no unos doscientos individuos que cursan las aulas, sino unos doscientos mil que no cursan ni las escuelas”.
Es por ello que en 1943, a 55 años de su fallecimiento, la Conferencia Interamericana de Educación -integrada por educadores de toda América- se reunió en Panamá y estableció el 11 de septiembre como Día del Maestro.
Sus ideas, pese a su carácter progresista, eran vistas con recelo por parte de la oligarquía y la Iglesia, a los que Sarmiento explicaba que lejos de poner en peligro sus intereses, los reproducía y confirmaba: “Para tener paz en la República Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales… para eso necesitamos hacer de toda la república una escuela.”
Al régimen aristocrático opuso el democrático, dentro de los cánones de la época: “la escuela para todos; el colegio para los que pueden; la universidad para los que quieran”. Después de analizar presupuesto de instrucción pública, le escribe una carta a Rojas Paul: “El Congreso de la República Argentina da 100.000 pesos fuertes para las escuelas en que debieran educarse 400.000 niños, y 280.000 pesos para los colegios en que sólo se educan 1.500, sin que nadie sepa por qué esos y no otros niños son los tan ampliamente agraciados”.
Su gran pasión era lo que llamó “educación popular”, “educación nacional” o también “educación común”: “La educación más arriba de la instrucción primaria la desprecio como medio de civilización. Es la educación primaria la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Todos los pueblos han tenido siempre doctores y sabios, sin ser civilizados. Por eso son las escuelas la base de la civilización”. En consecuencia, durante su presidencia impulsó la educación fundando en todo el país unas 800 escuelas. Durante la presidencia de Roca ejerció el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación. En 1882, logró la sanción de su viejo proyecto de ley de educación gratuita, laica y obligatoria, que llevará el número 1420. Por supuesto, no puede verse en esta postura un rasgo de ateísmo o actitud contraria a la religión.
Sarmiento estaba convencido de la mayor eficacia de la educación laica y, por otra parte, creía que imposición de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas se oponía a los principios de libertad sostenidos en la Constitución de 1853.
La educación era para Sarmiento una manera de salir de la “barbarie” que adjudicaba como natural a lo específicamente americano y entrar en la “civilización” que para él era copiar los modos de ser propios de Europa.
La educación se ha contrastado en Sarmiento con otros aspectos más opacos de su personalidad, incluso antipopulares hasta llegar al crimen. De todos modos, la figura de Sarmiento ha trascendido su propia historia y hoy se ha convertido en un símbolo del gigantesco esfuerzo que miles de docentes argentinos desarrollan día a día.
De la Redacción de AIM