Al cabo de siglos de lucha, hace 69
años, el 18 de abril 1949, Eire se convirtió en la República de Irlanda, estado independiente separado de la Comunidad Británica, nombre éste que tomó el Imperio Británico en su declinación, punto final hasta ahora de una larga y despiadada dominación inglesa.
Los primeros celtas arribaron a Irlanda alrededor de 1600 a.C. Antes, las unidades básicas de la sociedad eran las tuatha, o pequeños reinos: aproximadamente 150 tuatha para una población de menos de 500 mil personas. Sin centros urbanos, esta estructura social se adaptaba al estilo de vida de los celtas, desde siempre predispuestos a organizarse en unidades tribales relativamente chicas y autónomas.
A comienzos de la era cristiana los celtas dividieron políticamente el país en cinco provincias: Leinster, Munster, Meath, Ulster y Connacht.
Un misionero venido de Inglaterra, San Patricio (389-461), llegó a Irlanda para convertir a los habitantes al cristianismo. Pudo realizar conversiones dentro de las familias reales y a través de las escuelas monacales, e introdujo la escritura (en latín).
A la muerte de Patricio, la élite irlandesa era letrada y registraba su historia por escrito. Irlanda se transformó casi exclusivamente en cristiana y en centro de erudición y cultura, al punto que Toynbee la considera el centro de la civilización frustrada del “extremo occidente”, que en otras condiciones pudo haberse desarrollado hasta anular a la civilización occidental que conocemos hoy.
Pero la mayor parte de este legado fue destruido durante las incursiones vikingas de los siglos IX y X. cuando costumbres paganas se incorporaron a la práctica cristiana.
Al final del siglo X Brian Boru, rey de un pequeño estado llamado Dál Casi, conquistó a sus vecinos de Munster y se transformó en el rey más poderoso de la mitad sur de la isla. Pero Mael Morda, rey de Leinster, conspiró en su contra junto a Sitric, el rey vikingo de Dublín, quien consiguió ayuda de los vikingos de las islas Orkney y la Isla de Man. La batalla de Clontarf, cerca de Dublín, en 1014, terminó con la victoria de los ejércitos de Brian, pero éste fue muerto en su carpa por vikingos que huían de la batalla.
En 1170 un grupo de normandos, vikingos romanizados en Francia, que venían de Inglaterra, llegaron cerca de Waterford; ésta y Dublin cayeron rápidamente en sus manos. Hacia 1300 los normandos controlaban la mayor parte del país pero no lograron conquistarlo efectivamente debido a la ausencia de un gobierno central desde el cual se pudieran imponer. Desde 1350 los jefes irlandeses comenzaron a recuperar sus territorios.
La reina María I fue la primera monarca inglesa en tratar de dominar Irlanda, mediante la confiscación de tierras para asignarlas a colonos ingleses. Su media hermana, Elizabeth I, continuó con esa política y envió expediciones armadas con el propósito de controlar cualquier rebelión.
A partir de 1608, durante el reinado de Jaime I, el Ulster fue colonizado por protestantes escoceses e ingleses que predicaban el proselitismo religioso. Se solicitó a los colonos con mayor liderazgo, quienes pagaban rentas al rey, que depuraran sus propiedades de habitantes nativos de Irlanda. El resentimiento de los nativos del Ulster condujo a una importante rebelión en 1641.
En 1649, luego de ejecutar al rey Carlos I, Oliverio Cromwell lideró un ejército represor, tras haber sido testigo de las atrocidades cometidas durante los levantamientos de 1641, como justificación por la masacre de 4.600 personas en Drogheda y Wexford. Así también se reforzó el poder de los terratenientes protestantes.
Cuando el rey católico Jaime II fue depuesto en 1688, se encargó de formar un ejército en Irlanda y rápidamente tomó el control de todas las ciudades excepto Derry y Enniskillen. El sitio de la ciudad protestante de Derry se convirtió en un campo de batalla vital para toda Europa: sus habitantes mantuvieron la resistencia durante ocho meses antes de ser relevados, lo que finalmente permitió al rey protestante Guillermo III y confirmar su poder y el de los protestantes en Irlanda durante la batalla de Boyne en 1690.
Por el Acta de Unión, Irlanda fue incorporada al Reino Unido el 1° de enero de 1801. En el siglo XIX, la aspiración de independencia, apoyada por la mayoría de la población, fuera del noreste dominado por los protestantes, llevó a que se organizara un fuerte movimiento nacionalista.
Entre 1845 y 1849, una plaga afectó las cosechas de papas y condenó al país a los que se conoció como «la gran hambruna irlandesa» debido a que la dieta de buena parte de la población dependía del tubérculo. Más de un millón de irlandeses –en su mayoría población rural pobre– murieron por inanición, tifus y otras enfermedades relacionadas con el hambre. Un millón de personas emigraron, fundamentalmente a EE.UU. Irlanda continuó exportando alimentos durante todo este período, la negligencia por parte de los propietarios británicos que vivían fuera de sus tierras y la actitud de «dejar hacer» del gobierno británico, exacerbaron la hambruna.
El movimiento obrero organizado se desarrolló tardíamente en Irlanda: la industria era escasa fuera del noreste y la prioridad política estaba constituida por el nacionalismo. El «cierre patronal» de 1913 en Dublín marcó un cambio de rumbo: los obreros recientemente sindicalizados se rehusaron a renunciar a su afiliación sindical y promovieron una ola de huelgas de apoyo moral.
En 1916 el levantamiento republicano de Pascua de Dublín fue sofocado, pero marcó la creación del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y la última etapa de una larga lucha por la libertad. Si bien la rebelión no contó con un amplio apoyo, la posterior ejecución de muchos de sus líderes y otras medidas opresoras adoptadas por los británicos, galvanizaron el apoyo por el partido republicano Sinn Féin que pasó a obtener la mayoría de los escaños en las elecciones generales de 1918. La campaña del IRA obligó a los británicos en 1921 a otorgar la independencia a 26 condados de mayoría católica. Irlanda del Sur se convirtió en una región autónoma dentro del Reino Unido. Los otros seis condados ubicados en el noreste pasaron a ser Irlanda del Norte, con gobierno en Belfast y representación en el parlamento británico de Westminster.
La controversia en torno al acuerdo causó una encarnizada guerra civil, en la que murieron al menos 4 mil personas. Si bien prevalecieron las fuerzas a favor, las relaciones entre el Estado Libre y el gobierno británico se mantuvieron tensas hasta después de la Segunda Guerra Mundial, lo que retrasó durante varias décadas el desarrollo económico. La Constitución de 1937 considera a Irlanda un territorio único; todos sus habitantes tienen derecho a votar y ser elegidos. En 1949, Irlanda se convirtió en una República, y se retiró formalmente de la Comunidad Británica.