El historiador uruguayo Gonzalo Abella dice que la yvy marane ´ÿ, la "tierra sin mal" de los guaraníes, no es un paraje fabuloso, un lugar físico que ellos buscaran incansablemente, sino un "estado del alma purificado".
Lo que se presenta a veces como búsqueda incesante -e ilusoria- de un lugar, sobre todo por los que están urgidos por necesidades reivindicativas, son según Abella largas peregrinaciones tendentes a obtener la purificación, que se conseguía borrando al menos transitoriamente el individuo, eliminando el egoísmo y la separatidad para dejar subsistir solo el ser colectivo.
Es en síntesis el paso a un estado del ser superior al individual, que en todas las tradiciones, en todo tiempo y lugar, se han representado por pájaros, debido a la capacidad de volar. Por eso los ángeles tienen alas en las figuraciones populares.
En muy diferentes razas, culturas y tiempos, reaparece la identificación del estado superior con el ser alado. Pero también aparece otra facultad, relacionada con el lenguaje: la capacidad adquirida de pronto, a veces mediante un acto heroico, de entender el lenguaje de los pájaros, vale decir, de abrirse a instancias hasta hasta ahora cerradas o incomprensibles.
En la leyenda nórdica, Sigfrido, tras vencer al dragón, comprende al instante el lenguaje de los pájaros. La victoria sobre el dragón tiene por consecuencia inmediata la conquista de la inmortalidad, figurada por un objeto al que el dragón impide acercarse, y esta conquista de la inmortalidad implica la reintegración al centro del ser humano, al punto donde se establece la comunicación con los estados superiores del ser.
Notablemente, la forma con que los seres humanos intentaron acercarse a esta lengua de los pájaros es el lenguaje ritmado. El Corán afirma en este sentido que en el paraíso Adán hablaba en verso. No es la poesía profana que conocemos ni la "amena literatura", mucho menos la filosofía ni la ciencia modernas, sino la traducción a nuestro alcance, dentro de lo posible, de aquel estado que los guaraníes llamaron "tierra sin mal".
Hay que notar que en latín los versos se llamaban "carmina", de allí la célebre colección conocida como "carmina burana". Carmina es una palabra relacionada estrechamente con "karma", que significa en sánscrito "acción ritual" y que también, como los versos, involucra el ritmo.
La tradición nórdica
En la tradición nórdica Odín se representa habitualmente con dos cuervos: Huguin y Munin. Huguin es el pensamiento, no como capacidad reflexiva sino intuitiva, capaz de penetrar en las esencias inmediatamente, sin discurrir. Y Munin es la memoria, el fundamento inmaterial que sustenta el presente y es capaz de proyectarse al futuro. Es decir, de él depende reconocer el ciclo de manifestación del principio al fin. Otra vez, los ciclos del tiempo circular no son historia que se repite ni supersticiones del neolítico, sino estados del ser que se deben recorrer por etapas.
La leyenda recogida en los Eddas, las sagas islandesas, dice que cada mañana Odín envía sus cuervos al mundo para que regresen al mediodía y le cuenten lo que vieron y oyeron:
Huguin y Munin rondan cada día
por el ancho mundo.
Temo que Hugin algún día no volverá
pero me cuido más de Munin.
(Hugin und Munin müßen jeden Tag
Über die Erde fliegen.
Ich fürchte, daß Hugin nicht nach Hause kehrt;
Doch sorg ich mehr um Munin.)
Odin no necesita conquistar el lenguaje de los pájaros: ya lo posee, es un dios. Por eso entiende a Huguin y Munin. Pero no es el Absoluto, participa de la condición de relativo que tiene en común con los humanos y por eso sabe que está sujeto al devenir, como todo lo relativo. Y que un día perderá sus facultades al fin del ciclo que le ha sido concedido. Entonces no habrá pensamiento ni memoria.
Sin la memoria, el ciclo no podrá continuar, esa es la razón por la que cuida la memoria más que al pensamiento (más a Munin que a Huguin) Sin memoria no hay ya base para sustentar la identidad ni para crear nuevos pensamientos. Todo se detiene.
Odin es el primero en el Walhala, el paraíso de los guerreros escandinavos; pero es también un sabio capaz de entender las runas, el lenguaje: está en posesión del saber ignorado por el resto.
Huguin y Munin deben narrar los acontecimientos, pero hay uno que eclipsa a todos, que importa más que ninguno: la llegada del Ragnarök, el fin del ciclo o fin de un mundo, la gran hacatombe que los estoicos llamaron ekpirosis. En pocos relatos "míticos" este desastre sin igual está narrado con más fuerza que en los versos rítmicos del Edda, penetrados de sombría poesía:
En oriente, en el bosque férreo,
a los hijos de Fenris parió la madre de los monstruos.
Uno de ellos, el de rostro de fiera,
será el destructor del universo,
comerá la carroña de los muertos,
rociará con sangre el trono de los dioses.
El lobo escapó.
En riña sangrienta se matan los hermanos,
parientes de sangre se degüellan,
se multiplica el mal, la infamia llena al mundo.
Siglo de hachas, siglo de sables, siglo de escudos partidos
siglo de tempestades y de lobos y luego el fin del mundo.
El sol es negro, la tierra se ha hundido bajo el mar
de lo alto caen las estrellas.
En estos acontecimientos tremendos que los cuervos debían vigilar, preludio del fin, el lobo Fenris devora a Odín. Uno de los más de 200 sobrenombres atribuidos a Odín es Valtam, "El derrotado". Se refiere posiblemente a su destino final tras una vida de victorias: la última y única derrota frente al lobo Fenris, el encargado de hacer cumplir la ley cíclica.
Sin embargo, a pesar de que hay que pasar por esto, del otro lado del caos está la primavera: el resplandeciente Baldir volverá del reino de los muertos y comenzará otro ciclo con paz y abundancia, y luego otro verano, otro otoño y otro invierno, un final parecido que se producirá una y otra vez.
La misma leyenda de Odín y sus pájaros expresada en otra forma, también dentro de la tradición nórdica, muestra al legendario rey de Suecia Dag el Sabio como capaz de entender lo que le decían los pájaros, es decir en posesión de aquel estado que conquistó Sigfrido al matar al dragón o que era el de Odín. El rey tenía un gorrión domesticado que volaba por todas partes para traerle noticias, que él escuchaba de su pico.
El símbolo reaparece de muchas maneras en la cábala, la alquimia, el sufismo y otras formas del conocimiento, que consideran al lenguaje de los pájaros el lenguaje perfecto, o la clave del conocimiento perfecto, que se abría al adepto una vez que se ponía en condiciones de entenderlo.
Que el mundo sea un gran libro y revele sus secretos al que entiende el lenguaje matemático, es una idea "moderna" de Galileo Galilei. Es la transposición del símbolo tradicional al nivel de la ciencia experimental. Así se puede dar otra interpretación al programa de Galileo: "mide lo medible y lo que no es medibe, hazlo medible". Un llamado a hacerse capaz de entender las verdades finales mediante la interpretación de un lenguaje.
Sin embargo, este lenguaje galileano es un empobrecimiento: la reducción a un nivel puramente exterior de aquella "ciencia de las letras" que describió Ibn Arabí.
La "ciencia de las letras", que alumbra el lenguaje de los pájaros en su significado más directo, puede entenderse en tres sentidos: Uno es el conocimiento de todas las cosas en su principio mismo, como esencias eternas; otro sentido es la producción del mundo manifestado, el mundo de los fenómenos, el mundo en que vivimos, y otro es el conocimiento de los nombres en la medida en que expresan la naturaleza de cada ser. Nosotros hemos tratado de destruir el mundo de las esencias; no entendemos que exista ningún otro mundo que el manifestado y no creemos que los nombres expresen la naturaleza de los seres.
Cada ser, el humano entre ellos, para realizar completamente todas sus posibilidades (lo que suele quedar muy por encima de cada uno de nosotros), debe pasar por las mismas etapas de la existencia universal, es decir, debe cumplir los mismos ciclos a que están sometidas todas las cosas.
El lenguaje de los pájaros es entonces la adquisición del punto de vista que permite salir de la individualidad restrictiva, separada, para acceder a la realidad universal en que el conocedor y lo conocido se hacen uno en el conocimiento.
De la Redacción de AIM.