Gestión poco criteriosa de un paranaense en un área sensible para la economía y el arraigo, firmando despidos donde debiera fundar la recuperación. Por Daniel Tirso Fiorotto (*).
“Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás”, dice la milonga chamarrita de Atahualpa Yupanqui. “Nada le dice la pampa ni el arroyo ni el sauzal”.
A través de políticos que pagan sus campañas con bienes del pueblo, los Etchevehere de El Diario se quedaron con campos de una escuela agrotécnica en El Quebracho, cerca de Santa Elena.
Allí donde debía echar raíces la recuperación de la producción y el arraigo, donde debían germinar los conocimientos y el amor a la Pachamama, los políticos en connivencia con los empresarios mediáticos concentraron la propiedad, y los estudiantes debieron consolarse con un pequeño predio inundable, a orillas del Feliciano.
Sería una mancha más del tigre, si no fuera que ocurrió en Santa Elena, reino de la desocupación y la miseria, con miles de obreros despedidos del frigorífico que debieron marcharse a buscar el pan porque no tenían dos metros cuadrados para sembrar zapallos.
Frigorífico víctima de los abusos del mismo poder que, graciosamente, daba la tierra a los ricos y la planta a Sergio Taselli. Por donde se mire, esa zona es un museo vivo de la decadencia entrerriana en frasco chico.
En nuestro territorio, los que se apropian de las parcelas de los campesinos para la especulación son gobernadores, legisladores, empresarios mediáticos, presidentes del Superior Tribunal de Justicia, “república” a pleno; y el abandono del campesinado es una constante.
Un miembro conspicuo de la familia, Luis Miguel Etchevehere, uno de los responsables principales junto a los políticos del despido de decenas de trabajadores de El Diario de Paraná este año 2018, ahora decidió en su rol de ministro nacional de agro industria echar a técnicos de agricultura familiar con la excusa de que le dejaron como herencia una planta sobredimensionada. Todo parece sobredimensionado si uno lo mira con los ojos de la especulación.
No explica este dirigente que gran parte de ese personal viene trabajando hace dos décadas, y parece no entender que los organismos destinados a atender la economía campesina están en condiciones de cumplir un rol fundamental en la promoción del arraigo y la producción de alimentos sanos, para recuperar saberes y devolver expectativas a las familias más castigadas por el sistema. Los técnicos están preparados para eso, se han capacitado por años, y de los funcionarios depende que se les ofrezcan espacios para desplegar esas potencialidades en la provincia que más sufre el desarraigo y la economía de escala, sin personas.
Distintas varas
Don Etchevehere no mide con la misma vara, porque si un gobierno dio empleo a muchos, un gobierno del mismo partido le dio a su familia las tierras de la escuela en El Quebracho, que pertenecían al frigorífico del Estado. Si echa a los asalariados, ¿pedirá las tierras a los patrones? ¿Devolverá, para ser coherente? ¿O dará a los expulsados esas hectáreas para que desarrollen allí algún emprendimiento de los muchos que conocen a fondo?
Dice que hay demasiados empleados en su área y puede ser. Pero, casualidad, ataca justo ahí, en la agricultura familiar, el área más necesaria, y cuyos miembros nos han demostrado una y otra vez una atención personalizada y comprometida con los pocos campesinos que quedan, mujeres y hombres, de los miles empujados al destierro y el hacinamiento.
Entre Ríos, patria de las taperas y los pueblos fantasmas, tiene enormes potencialidades frenadas por la economía de escala, y la agricultura familiar constituye una vía sin par a los fines del crecimiento demográfico equilibrado y la producción de alimentos sanos y cercanos.
Tal vez Luis Miguel Etchevehere llame campo a una de las expresiones de la economía rural y se le esté escapando el campesinado y la biodiversidad. Enredado en ideologías extrañas, se le escapa lo importante. No sería nada si no fuera ministro. Pero la responsabilidad que asumió lo obliga a mirar la cultura agraria, saber su historia, las migraciones, las luchas, y captar el sentido de la simbiosis del campesino y la Pachamama.
Hace no menos de dos mil años que aquí se hace agricultura familiar, como lo han demostrado los estudios en las vasijas de los alfareros orilleros. Allí la calabaza, el poroto y el maíz que hoy intentan recuperar los técnicos con las campesinas y los campesinos, a quienes conocemos en persona y sabemos de sus condiciones excepcionales.
La función que asumió lo obliga a saber que al destierro le sigue, en la Argentina, el hacinamiento como marca de racismo, donde se conjugan diez enfermedades capaces de dejar a nuestros jóvenes bajo la línea de lo humano. Es decir: el hacinamiento mata, y el que mata a esas familias en los barrios insufribles de la Argentina no tiene otro nombre que Estado.
Labor patriótica
Don Etchevehere está a tiempo de rectificar el rumbo. Un tropezón no es caída. Pero nadie se levantará ni aceptará que alguien le tienda una mano si se empecina en creer que no ha tropezado. No es nuestra función, como columnitas, la de crucificarlo por el desacierto. Pero digamos que su trabajo en el ministerio importa menos que el de cualquiera de los trabajadores que está dejando sin empleo y que hoy ven peligrar los alimentos y la educación de sus hijos, a la vez que mastican la impotencia por la incomprensión.
Nosotros hemos visto personalmente, en el terreno, a los técnicos que Etchevehere echó. Por eso debemos dar este testimonio. Y sostenemos sin dudas que el gobierno le erró como el diablo a la paloma y tiene que dar un paso atrás.
Hemos comprobado en ellos el trato cordial con los vecinos, su comprensión del asunto, las mil y una variantes que buscan para ofrecer una alternativa a la familia con cinco o diez hectáreas, a veces arrendadas incluso. Hemos visto la buena onda de chacareros pequeños, el diálogo fraterno con estos hijos del pueblo formados en la universidad pública. Son estos profesionales los que dignifican a la universidad.
Hemos pensado, en esas estadas en el medio del monte, que la dirigencia urbana metida detrás de los escritorios no tiene idea de esa labor patriótica en lugares sin presencia positiva del Estado, organizando, sembrando esperanzas, buscándole la vuelta, promoviendo asociaciones, clubes, cooperativas. Patriótica de los campesinos y de los técnicos que los visitan, si sabemos que el sistema promovido por las gestiones de Menem (Solá), De la Rúa, Duhalde, Kirchner, Fernández y Macri, todos en ronda alrededor de Monsanto y sus patentes; ese sistema da a los ingenieros agrónomos posibilidades notables de crecimiento económico personal si le rezan al dios soja, todo tan distante de la familia que hace huerta, cría chanchos o pollos, cuida el gallinero para cosechar huevos sin hacinar a las aves, esquila las ovejas o siembra maíz para comercializar unos choclos.
Don Etchevehere: estos técnicos tomaron una opción por los pobres. Hay que aprovechar esa actitud, pulir ese talento, darles las gracias abriéndoles las puertas.
Don Etchevehere: no hay alimentos sanos y arraigo sin campesinos, y usted está a tiempo de conocerlos, conocer ese vínculo entre los saberes tradicionales y los aportes nuevos; está a tiempo de librarse de esas anteojeras que se ha colocado para caer en el error de llamar “el campo” a los que tienen o arriendan más de mil hectáreas. Esa mirada agroexportadora clausura las vías al ser humano y a la biodiversidad. El resultado es éxodo y tala rasa. Y no estamos diciendo que todo deba ser agricultura familiar de un día para el otro, porque hay decenas de caminos complementarios y graduales.
El peor pago
Cebollas, gallinas, pollos, cerdos, batatas, zapallos, calabazas, arvejas, verduras de hojas, algodón, tambo, colmenas, ovejas, frutales: no hay un rubro que no hayan probado los técnicos para abrir puertas a los desheredados, ¿y así les pagamos, don Etchevehere? ¿No ha sabido de los pueblos antiguos y vigentes de este suelo, que nos dicen “mandar obedeciendo”?
¿O acaso pensará que la tecnocracia de Buenos Aires y del Fondo Monetario puede entender mejor a nuestra gente que los trabajadores de acá?
Son tantos los servicios que presta y tantos más los que puede prestar un área de agricultura familiar, que sorprende la miopía de los gobernantes, todos responsables del éxodo y el hacinamiento porque se han turnado en el poder.
Mire bien, don Etchevehere. Converse un rato con estas mujeres y estos hombres que acaba de despedir. No se deje llevar por alcahueterías. Ellos tienen mucho para enseñarnos, a nosotros y a usted, ellos saben ver “un mundo en cada gramilla, adioses en el cardal, ¡y pensar que para muchos la tierra es tierra nomás!”, como diría Atahualpa.
Abejas
Usted ya había cometido algunos desatinos, como ocurrió con el desprecio al trabajo de los apicultores, por caso, a quienes los desafió a bancarse las sustancias químicas (herbicidas, insecticidas) de la agricultura a escala, cuando estaban denunciando que esos químicos matan las colmenas, nada menos, es decir: están matando las polinizadoras.
Ahora nos despierta con esta “solución”: el achique del plantel de personal. ¿Cómo llegar a los campesinos con estructuras burocráticas y pesadas, si no es con las tareas de extensión de estos técnicos de pata al suelo, que cruzan los organismos, gestionan aquí y allá, buscan un lugar para los campesinos para que no vivan en la informalidad, en la intemperie; los capacitan en ciertas producciones, les dan a conocer leyes, y ponen en conocimiento de las autoridades la situación aquí y allá?
Con varias organizaciones estamos haciendo en estos días un relevamiento llamado Encuesta del vivir bien y bello y buen convivir, y podemos dar detalles del abismo creado entre el consumo de alimentos y la producción, en nuestro propio territorio. Ahí hay un lugar que llama a los técnicos, y el gobierno los echa.
No vamos a caer aquí en el error de partidizar el análisis. Hace décadas que los estados nacional, provincial y municipales colaboran con el desarraigo. El Estado está, pero al servicio de la economía capitalista que mira sin ver a la mujer, al hombre, al árbol, al pájaro. Y muchos de los planes creados, desde los tiempos de Carlos Menem al día de hoy, en los estados nacional y provincial, sirvieron para salvar a diez (y difundirlo con bombos y platillos), mientras caían cien. A no engañarse. Pero por eso mismo, porque el problema del arraigo, los alimentos, el trabajo nos involucra a todos sin excepción, estamos seguros que un diálogo, una rueda de mate, puede hacer recular a los que están cometiendo este atropello. Como dicen en el altiplano: “aruskipasipjañanakasakipunirakispawa: tenemos que comunicarnos sí o sí, sin más remedio, porque somos hermanos. Eso involucra a los campesinos, las mujeres y hombres que siembran y cosechan los alimentos, los técnicos, los funcionarios, las organizaciones, la Pachamama.
Hemos conocido campesinos, mujeres y hombres de Crucecitas, El Pueblito, Tala, San Gustavo, La Paz, Feliciano, en fin, lugares que apenas aparecen con letras pequeñitas en el mapa, y para quienes la llegada de un técnico de agricultura familiar es vista como un salvavidas, sea para las personas como para los saberes acumulados por siglos. Y sabemos con qué amor se brindan los universitarios y demás trabajadores, cuando conocen las necesidades del campesinado.
“En el silbo de los montes/ lecciones toma el zorzal”, canta Atahualpa, que conoció los pájaros como pocos en su ranchada a orillas del Gualeguay. ¿Por qué no nos detenemos un rato para imitar a las aves, que saben dónde tomar lecciones?
Daniel Tirso Fiorotto (*) es periodista, escritor e investigador
Fuente: diario Uno