En su cuento El inmortal, Borges relata cómo Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una legión romana, bebe a punto de morir de sed el agua de un arroyo en un país desértico, cuando los bárbaros lo perseguían. Supo luego que era el agua que da la inmortalidad, la que él buscaba, como el río Estigia volvía invulnerables a los que se bañaban en él.
Cuando vio en la ciudad de los trogloditas el horrible espectáculo de los inmortales soportando una vida sin fin, sin encontrar alivio en ninguna postura, sin esperanza de muerte futura por mucho la desearan y la imaginaran, cambió de opinión: viajó al país donde conjeturaba que había otro río, que devolvía la gracia de la muerte y el olvido.
La eternidad consumista
La sociedad moderna ve la muerte con pavor, posiblemente porque no espera la vida de ultratumba que ofrecía una religión ya sin creyentes y porque todos, incluso los más desfavorecidos, esperan sentarse al banquete del consumismo, que exige estar vivo y comprar.
El rechazo a la muerte toma aspectos de apariencia positiva, como el llamado a "honrar la vida", o la célebre conclusión de Spinoza de que la sabiduría es una meditación sobre la vida "porque un hombre libre no piensa en la muerte".
Sin embargo, a diferencia de los animales, que viven en un presente perpetuo, solo los hombres tienen la certeza de que son mortales, que son "seres para la muerte" según Heidegger.
La convicción de que morir, dejar de percibir y autopercibir, es el fin que no tiene nada más allá, lleva a aferrarse a la vida y aceptar las enfermedades graves y la decrepitud con tal de seguir entre los vivos.
El consumismo exige descartar los desechos, lo que es cada vez más difícil porque los desechos nos rodean en la tierra, en el aire, en los mares y hasta en el espacio exterior con la chatarra espacial.
El muerto se equipara con un desecho más, que hay que sacarse de encima. Nada de culto a los antepasados, eso eran antigüedades del tiempo de Confucio, cosas de las religiones y de una piedad pasada de moda, superada.
La ciencia, a menudo al servicio de la ideología dominante, está buscando la manera de extender la vida en mejores condiciones.
Los experimentos
Ahora la recomendación que viene de la universidad de Yale, una de las más prestigiosas de los Estados Unidos, es que el envejecimiento se puede retardar mediante una dieta adecuada, de pocas calorías.
Experimentos con moscas y gusanos evidenciaron que la dieta baja en calorías aumenta la duración de la vida, y tiempo después se extendió el resultado a los seres humanos.
Los investigadores de Yale establecieron una ingesta calórica de referencia entre más de 200 participantes humanos en el estudio. Pidieron a parte de ellos reducir el consumo de calorías el 14 por ciento, mientras que el resto siguió comiendo como de costumbre, y analizaron los efectos a largo plazo en la salud de la restricción calórica, el resultado fue que la dieta ayuda a vivir unos 10 años más.
Los científicos determinaron por otra parte que el timo, una glándula situada sobre el corazón, envejece más rápido que el resto del organismo y merma la producción de células tipo T, esenciales en el sistema inmunitario. Esa sería la razón de que los ancianos sean más propensos a las enfermedades
El descubrimiento fue que tras dos años de experiencia, los que habían reducido el 14 por ciento la ingesta tenía en el timo menos grasa y más volumen funcional, producían más células T que al comenzar el estudio.
No hay inmortalidad, salvo la que prometen los que quisieran convertirnos en máquinas cibernéticas, los transhumanistas, que por ahora encarnan una fantasía tecnológica que tratan de convertir en realidad a costa de lo que sea. O quizá, como la frase de Francisco Bacon que Borges pone al comienzo de El Inmortal, no hay novedad, todas nacen del olvido.
De la Redacción de AIM.
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