En el capítulo 13 de la serie televisiva Cosmos, el astrónomo estadounidense Carl Sagan informó que en la célebre biblioteca de Alejandría había un libro llamado “La verdadera historia de la humanidad en los últimos 100.000 años” y se preguntaba por los conocimientos que se perdieron con él.
Posiblemente, si pudiéramos leerlo hoy, muchas conjeturas “científicas” acerca del pasado remoto, muchas divagaciones y algunos delirios sobre la antigüedad con el sello de la mentalidad actual hubieran debido tomar por otro camino.
En el “Poema de los dones”, donde pide no lamentar la paradoja de un bibliotecario que no puede leer los libros de su biblioteca, Jorge Luis Borges dice de sus ojos sin luz: “En vano el día les prodiga sus libros infinitos/ arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría”.
¿Qué se quemó en Alejandría? Otra vez conjeturas. La gran biblioteca, que algunos dicen llegó a tener unos 700.000 rollos (unas 64 páginas cada uno) habría sufrido tres incendios. El primero tras el desembarco de una armada romana de Julio César en el puerto. Allí mando quemar unas naves para evitar que su propia armada quedara encerrada. Pero el fuego se habría extendido fuera del puerto y alcanzado el edificio del museo, que tenía la biblioteca en su interior. Miles de rollos se habrían quemado.
Sobre este hecho no hay unanimidad en los informantes. El propio Julio César no lo menciona, pero posiblemente porque no era buena propaganda para él. Otros piensan que el incendio fue premeditado y tuvo el fin de destruir el conocimiento en la medida que puede ser peligroso para el poder.
La biblioteca estaba dedicada al saber pagano, era creación del iniciador de la última dinastía egipcia, Tolomeo Soter, uno de los generales de Alejandro.
Alejandro fundó Alejandría en el delta del Nilo y muchas otras ciudades con su nombre en todo el vasto y efímero imperio que supo crear con sus macedonios en África y Asia.
Edouard Schuré dice que el pensamiento de Alejandro no murió con él, porque en la ciudad que fundó y en su biblioteca "la filosofía oriental, el judaísmo y el helenismo debían fundirse en el crisol del esoterismo egipcio".
Esta afirmación es interesante porque entre los textos que se perdieron en la biblioteca estaban 42 rollos con las obras atribuidas a Hermes Trismegisto, que era fama resumían el saber de los sacerdotes egipcios, mantenido durante milenios. Quizá la pérdida del legado de Hermes, el último enviado de Horus, el hijo de Isis y Osiris, esté entre las mayores provocadas por aquellos incendios. Que esos manuscritos estuvieran conservados en la biblioteca demostraría que no se trataba exclusivamente de la cultura griega, sino también de la egipcia, su predecesora a través de Pitágoras tanto como de la de Israel a través de Moisés.
La intolerancia arde
Se hayan quemado o no los rollos en el incendio de buques ordenado por Julio César, otra destrucción siglos después, mejor documentada, fue obra de la intolerancia religiosa, el “fundamentalismo” como suele llamarse ahora.
Teófilo, obispo cristiano de Alejandría entre 385 y 415, obtuvo de emperador romano Teodosio, uno de los que vieron las ventajas políticas de abrazar el cristianismo, la nueva religión, autorización para destruir el imponente templo de Serapio y cerrar la biblioteca y el museo, posiblemente porque nada podía haber allí que convalidara los dogmas de la nueva fe.
En el siglo V los estantes de la biblioteca estaban vacíos. Sin embargo, los cristianos se arreglaron para atribuir la destrucción a los árabes, que habrían mandado quemar todos los rollos que no estuvieran de acuerdo con el Corán alrededor del año 1000, por orden del califa Omar.
Robar para la cultura
El interés de los Tolomeos de beneficiarse con el brillo del saber y las artes se nota en la orden que dieron, recomendada por los bibliotecarios, de “robar” manuscritos que llegaban los barcos al gran puerto de Alejandría.
Los buques traían mercancías diversas. Eran revisados por la guardia, en busca de contrabando y de textos. Cuando encontraban algún rollo, lo confiscaban y lo llevaban a la biblioteca, donde los amanuenses lo copiaban. En general, conservaban el original y entregaban la copia a sus dueños. Por esta vía, con el tiempo, la biblioteca de Alejandría fue la depositaria de originales o copias de todos los libros del mundo antiguo.
Una de las obras copiadas en Alejandría fue la Biblia. El relato dice que eruditos judíos fueron invitados a viajar a Alejandría y a traducir sus libros del hebreo al griego. Divididos según las tribus, lograron traducciones casi idénticas, que dieron como resultado la conocida como “ Los Setenta”.
Una versión sostiene que tras el incendio provocado por Julio César en el año 48 antes de Cristo, Marco Antonio, para compensar a Cleopatra por la pérdida, hizo traer 200.000 rollos de la biblioteca de Pérgamo, que se incorporaron a la de Alejandría.
Entre los libros más notables, y más lamentados por su pérdida, estaban depositados en la biblioteca tres volúmenes con el título de Historia del mundo, cuyo autor era un sacerdote babilónico llamado Beroso. El primer volumen narraba desde la creación hasta el diluvio, periodo que según Beroso había durado 432.000 años. Como ese número aparece en los cronologías hindúes, parece que la teoría de los ciclos fue la fuente de Beroso.
El contenido de la biblioteca se puede precisar en alguna medida gracias a descubrimientos ocasionales en el desierto de textos bien conservados gracias a la sequedad del clima. En el pueblo de El-Bahnasa aparecieron miles de papiros. Uno contenía una lista de directores de la biblioteca desde su fundación.
Los orígenes
En abril de -331, tras derrotar a los persas que gobernaban Egipto, a. C., Alejandro Magno fundó la ciudad que llevaría su nombre en el delta del Nilo.
Los buques que llegaban a Alejandría traían lingotes de bronce y de estaño, algodón, seda y algunos manuscritos en sus bodegas, que eran esperados por los bibliotecarios para copiarlos e incorporarlos a su colección.
En un edificio de mármol construido por los Tolomeos se reunía todo el saber de la época, al menos en el mundo occidental, ya que el oriental permanecía casi totalmente desconocido. Ese edificio era el Museo, y tenía en su interior una gran biblioteca.
Hoy suele considerarse el establecimiento científico más antiguo del mundo occidental, con una Universidad de enseñanza superior.
El edificio del Museo constaba de varios departamentos dedicados al saber. Uno de ellos fue la biblioteca, posiblemente el que más creció y el que más fama tuvo en la antigüedad.
Contenía habitaciones para residencia de los filósofos, matemáticos, gramáticos y médicos. Todos los gastos eran solventados por los Tolomeos, que a veces visitaban el museo para comer con los sabios.
Allí se investigaba y estudiaba, se daban conferencias y lecciones a los jóvenes que quisieran aprender. En Alejandría llegó a haber hasta 14.000 estudiantes. Allí vivieron los gramáticos alejandrinos que establecieron las leyes de la retórica y la gramática, los geógrafos que trazaron mapas del mundo y los filósofos cuyo grupo acabó fundando una especie de religión, el neoplatonismo.
Los sabios de la biblioteca
Arquímedes está entre los máximos genios de la humanidad. Había nacido en Siracusa, pero conoció la biblioteca de Alejandría y estudió y enseñó en ella.
No menos conocido todavía hoy es Euclides. Sus "Elementos" de geometría se mantuvieron como libro inconmovible para la enseñanza de las matemáticas durante más de 2000 años. Posiblemente las disputas generadas sobre el "postulado de las paralelas", que dio origen a las geometrías no euclideanas hace un siglo, sean las más enconadas de toda la historia de las matemáticas.
Hiparco de Nicea fundó las bases de la trigonometría, sostuvo que las estrellas tienen historia, que nacen, se desarrollan y mueren tras muchos milenios.
Eratóstenes midió el diámetro de la tierra considerando la diferencia en la sombra arrojada por una vara vertical al mediodía en Alejandría y en otra ciudad egipcia alejada más de 100 kilómetros. Su cálculo no difiere sino el 1% del conocido hoy.
Herófilo de Calcedonia llegó en la biblioteca a la conclusión de que la sede del pensamiento era el cerebro y no el corazón.
Otros sabios de la biblioteca fueron el matemático Apolonio de Pérgamo, Herón de Alejandría, inventor de cajas de engranajes y también de máquinas de vapor y autómatas capaces de representaciones teatrales, posiblemente los primeros "robots" conocidos.
Por la gran biblioteca pasaron el astrónomo Claudio Ptolomeo, no destronado hasta los tiempos de Copérnico, y el médico Galeno, entre muchos otros.
Hipatía
En el siglo IV, cuando la gran biblioteca estaba ya en declinación muy marcada, floreció en ella la primera mujer matemática de la historia de la que hay datos ciertos: Hipatía. Tenía fama de sabia de vida ascética y matemática, algo muy impropio para una mujer entonces. En Alejandría enseñaba las obras del Diofanto y de Apolonio de Pérgamo, y la filosofía de Platón y Aristóteles.
Un grupo de fanáticos se abalanzó sobre la filósofa mientras regresaba en carruaje a su casa, la golpearon y la arrastraron por toda la ciudad. La desnudaron, la golpearon con tejas hasta descuartizarla y pasearon sus restos en triunfo por Alejandría. El crimen no habría sido obra del populacho sino de 500 monjes cristianos que servían de “guardia” del patriarca Cirilo, que los hizo traer del norte de África, contra el prefecto Orestes, alumno y protector de Hipatía, con quien el patriarca mantenía una disputa.
Es posible que Hipatía misma no se hubiera reconocido en la versión de ella que dan las feministas. La presentan como modelo de liberación sexual, pero parece cierto que era casada con un filósofo llamado Isidoro y se mantuvo virgen (y no era cristiana), siguiendo una norma que hoy es por lo menos difícil de comprender.
Pero así lo confirma el historiador Damascio: “además de conseguir el grado más alto de la virtud práctica en el arte de enseñar, era justa y sabia y se mantuvo toda la vida virgen”. Sobre su concepto del amor sexual, una anécdota del mismo Damascio arroja alguna luz conciliable con el ascetismo, pero no tanto con el feminismo: cuando un discípulo le confesó que estaba enamorado de ella, la matemática le arrojó un paño manchado con su sangre menstrual, espetándole: “de esto estás enamorado, y no tiene nada de hermoso”.
De la Redacción de AIM
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