Por Beatriz Chisleanschi, de Revista PPV, especial AIM. El coronavirus no sólo ha puesto en jaque a los Estados, al sistema capitalista y su modelo neoliberal, sino que desajustó los engranajes de la gran maquinaria globalizadora que envolvía al mundo casi como si fuese un hecho natural.
Una especie de guerra, pero de carácter inmaterial se ha instalado en el planeta. No se trata de la clase obrera quienes recorren Europa, como soñaron Marx y Engels, sino que el fantasma que recorre el mundo se ha corporizado en un virus, invisible e invasivo.
No explotaron bombas ni minas, no se lanzaron misiles comandados a distancia, sin embargo, el planeta tal como lo conocimos hasta el momento comienza a derrumbarse. La economía de los países, luego de superada la epidemia se estima será casi una economía de pos guerra.
Las fronteras, contra todo principio globalizador, se cierran. Y la vida que sabía convivir con dos casas, la real y la virtual, se transforma en esencialmente virtual.
“Vivimos en la ilusión de que lo real es lo que más falta, cuando ocurre lo contrario: la realidad ha llegado a su colmo” -señala el sociólogo francés Jean Baudrillard en su libro El crimen perfecto. Vivimos el colmo de lo real.
La civilización parece estar en estado de implosión. Sólo nos salva internet. “El mundo se derrumba y nosotros nos conectamos”, le diría hoy en pleno coronavirus una bella Ilsa Lund a un recio Ricky Blaine en la mítica “Casablanca”.
La realidad ha desaparecido en estos días de cuarentena, la vida se vive por las Redes. Sabemos qué comimos, qué cocinamos, qué leímos, cantamos o aplaudimos en forma online. Esa idea de algunos yuppies de la tecnología de llevar al sistema educativo hacia lo que se conoce como “aula invertida” o flippedclasroom, que consiste en que los alumnos obtengan la información en sus casas y asistan a las aulas cuando se le presentan dudas o alguna situación problemática, parece convertirse en realidad. Los y las docentes se vieron obligados a reinventarse, a impartir clases, diagnosticar, conocer a sus alumnos e intercambiar con ellos, todo vía online.
Nos enteramos de la evolución de la pandemia por las pantallas. Las pantallas se han convertido en nuestra mejor compañera. Es la cuarentena de la hiperconexión. Es el pedido de tener en cuenta al Otro, a la Otra, desde la soledad del aislamiento. Es la dicotomía en la que nos ha puesto el virus monárquico.
La apelación a lo colectivo y solidario es permanente. Si te quedás en casa nos cuidamos todxs, es el llamado generalizado. “#QuedateEnCasa Lpqtp” sonó fuerte desde los balcones días pasados en repudio a quienes no entienden la gravedad de la pandemia. ¿Es ese acaso un gesto solidario? ¿Es comprender que nadie se salva sólo y que también en una invasión viral lo colectivo primará por sobre el individualismo? ¿O es una faceta más de egoísmo masificado?
El coronavirus entró a cada casa, aunque nadie le quiere abrir la puerta, no respeta clase ni ideología: arrasa. Y mientras lo hace se abren más interrogantes a los planteados más arriba que sólo el tiempo dilucidará. ¿Caminaremos hacia un mundo más social y solidario o el cierre de fronteras traerá mayores niveles de xenofobia y odio? ¿Será el fin del capitalismo y de su cara cultural global al dejar expuesto su fracaso para resolver una problemática de salud, pero que toca todos los planos de la vida? ¿Se sale por derecha o por izquierda? ¿Seremos rehenes de una vida virtual o tanto exceso de conexión nos reencontrará con el deseo del cuerpo con cuerpo, del face to face y chick to chick?
Como en La fauna de los espejos de Jorge Luis Borges, ¿será el triunfo de las formas por sobre los hombres? ¿O quedaremos encerrados adentro de los espejos?
Interrogantes que circulan en estos días, que nos invitan a reflexionar, a repensar el mundo y nuestra vida en él.
La fauna de los espejos
“En aquellos tiempos, el mundo de los espejos y el mundo de los hombres no estaban aislados entre sí. Eran, además, muy diferentes: ni los seres, ni las formas, ni los colores coincidían. Los dos reinos, el de los espejos y el humano, vivían en paz. Se entraba y se salía de los espejos.
Una noche, la gente de los espejos invadió la tierra. Su fuerza era grande, pero después de sangrantes batallas, las artes mágicas del Emperador Amarillo prevalecieron. Rechazó a los invasores, los aprisionó en los espejos y les impuso la tarea de repetir, como en una especie de sueño, todas las acciones de los hombres. Les privó de su fuerza y de su figura y los redujo a simples reflejos serviles. Un día, sin embargo, se liberarán de este letargo mágico… Las formas comenzarán a despertarse. Diferirán poco a poco de nosotros, nos imitarán cada vez menos. Romperán las barreras de cristal y de metal y esta vez no serán vencidas”.