Recorrer las calles de Budapest resulta un universo mágico y diverso. Es reconocida como una de las ciudades más fascinantes de Europa, por sus monumentos y palacios, bares, arte y música. Sin embargo, en la perla del Danubio no todo es tan amigable. La situación cambia para quienes dejan de ser turistas. En los últimos años, la vida de aquellos que quieren instalarse en la Unión Europea no fue fácil. Tampoco en la tierra de los Magiares, epicentro de políticas eurocéntricas y antiinmigración. Este domingo, Hungría vota para primer ministro y Viktor Orban se postula para su tercer mandato. Su promesa basada en el miedo a los inmigrantes se encuentra plasmada en grandes carteles a lo largo y ancho del territorio. De todos modos, para conocer cómo se construye a “un enemigo invasor” es necesario desentrañar un poco la historia de un país que, en su origen, se conoció multicultural.
Hungría elige este domingo un nuevo primer ministro. No obstante, el término nuevo, podría no serlo. Según todos los sondeos, Viktor Orban se encamina hacia su tercer mandato consecutivo. Su partido, el nacionalista y conservador Fidesz, basó su campaña en el miedo a los inmigrantes.
Según los expertos, la movilización del electorado será clave en estas elecciones. Una participación del 70 por ciento podría desbancar a Fidesz del poder, siempre y cuando los partidos de izquierda sean capaces de formar coalición, que supongan el fin a las políticas euroescépticas y antiinmigración de Hungría.
Antecedentes
En enero de 2015, en el marco del ataque terrorista a Charlie Hebdo, Viktor Orban fue uno de los líderes mundiales que pedía por la libertad de expresión y se manifestaba en contra del “terror”.
Orban desde el principio tuvo en claro a quien culpar: inmigrantes. Ante la TV húngara dijo: “Nunca vamos a permitir que Hungría se vuelva un país de inmigrantes. No queremos ver cantidades de minorías con diferencias culturales sobre nosotros. Queremos que Hungría siga siendo Hungría”,
Esta fue la narrative que Orban utilizó hasta el hartazgo para ganar votos en los hogares.
En 2015 y 2016, en medio de ataques terroristas, Europa enfretó otro desafío: la llegada de cientos de refugiados. Al respecto, Orban ofreció una simple explicación y solución, alegando que la mayoría de esas personas no era refugiados de la guerra y persecución, sino migrantes en busca de beneficios econonómicos.
En 2016, Orban llevó a cabo un referendum donde la población debía manifestarse en relación con las cuotas de inmigración de la Unión Europea.
Casi todos los húngaros que votaron en el referendo rechazaron las cuotas de inmigración (41 por ciento por el NO), pero diferentes sectores advirtieron que la participación fue demasiado baja para que la votación sea válida.
En otra demostración de su rechazo a la inmigración, el Gobierno de Hungría acudió el año pasado a los tribunales para impugnar la decisión de la UE de ubicar a 120.000 solicitantes de asilo que llegaron a Grecia e Italia (los primeros países de acogida de migrantes) en otros países de la Unión. Sin embargo, el pedido fue rechazado.
Cabe destacar que hasta ahora solo 28.000 fueron reubicados. En una reunión del Consejo de Ministros de la UE de septiembre de 2015, Eslovaquia y Hungría (junto con República Checa y Rumania) votaron en contra del plan de reubicación, en medio de una campaña del miedo hacia los migrantes musulmanes. Hungría y Polonia se han negado a acoger a una sola persona a través del plan de reubicación, y Eslovaquia y República Checa solo han acogido una docena cada uno.
Un poco de historia
Según datos de 2016, Hungría contaba con una población de 9.797.561 personas, lo que suponía un descenso de 32.924 personas, respecto a 2015, en el que la población fue de 9.830.485 individuos.
En ese sentido, la población de Hungría decrece cada año, alrededor de 30 mil personas dejan el país. Sin embargo, para Orban, la solución no es la inmigración, sino promover la natalidad en las familias.
En ese sentido, para entender el éxito de la agenda antiinmigración, es necesario explorar la historia de Hungría. Cabe destacar que menos del dos por ciento de la población de este país, nació fuera del territorio.
Además, los húngaros tienen en su memoria una larga trayectoria de invasiones extranjeras: desde turcos, austríacos hasta rusos.
El Tratado de Trianon fue uno de los primeros hitos para la población magiar. El acuerdo fue firmado después de la Primera Guerra Mundial entre los Aliados y el Reino de Hungría el 4 de junio de 1920.
El tratado establecía la nueva situación de Europa, con los Estados que habían de reemplazar al antiguo reino de Hungría, después de la desaparición del Imperio austrohúngaro. Los Aliados eran: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Reino de Italia y Japón, y sus asociados fueron: Rumanía, el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, y Checoslovaquia. Hungría, como parte del Imperio austrohúngaro, fue uno de los países derrotados en la Primera Guerra Mundial.
Hungría perdió el 72 por ciento de su territorio, y al 31 por ciento de los húngaros, incluyendo a un millón de magiares incorporados a Checoslovaquia, a Rumania y a Yugoslavia. De los casi diez millones de habitantes de lengua magiar, más de tres quedaron en los países vecinos.
Otro bastión de la historia de la población húngara versa sobre la Comunidad judía. A comienzos del siglo XX los judíos constituían el cinco por ciento de la población total húngara, mientras que constituían el 23 por ciento de la población de la capital del país, Budapest. La comunidad sufrió grandes calamidades durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, con más de 600.000 judíos asesinados durante el Holocausto y la ocupación alemana del país, que contó con la asistencia de los húngaros nazis.
En 2015, en el Monasterio de Banz en Bavaria, Orban ratificó el espíritu cristiano del siglo XVI. Reconoció su admiración a la centro derecha de Alemania: “Si queremos una Hungría húngara y una Europa europea, debemos querer también una Hungría cristiana, en lugar de ser tratados como una población mixta sin sentido de identidad”, subrayó.
Proyecciones
De acuerdo con la más reciente encuesta del Instituto Nezopont, el hombre que ocupa la jefatura de Gobierno desde 2010 sería reelegido con el 52 por ciento de apoyo de los electores, un resultado que de confirmarse en las urnas le daría una cómoda mayoría en el parlamento.
Unos ocho millones de húngaros irán este domingo a las urnas a elegir a los 199 diputados de su parlamento con la certeza de que Viktor Orban vuelve a ser el gran favorito.
Le siguen en las intenciones de voto el ultranacionalista Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik), que ascendió sorpresivamente hasta llegar al 15 por ciento, mientras la coalición socialista (Mszp) descendió al tercer puesto con el 11 por ciento.
La coalición democrática (DK) y el partido de los verdes LMP (Lehet Más a Politika, la Política puede ser diferente en húngaro) se ubican con el ocho por ciento cada uno, seguidos del movimiento Momentum, con el tres, y el llamado Partido del Perro de Dos Colas con 2,5 por ciento. Éste último grupo tiene entre sus promesas cerveza gratis para todos, y como slogan dicen que no van a robar.
El enemigo de afuera
La construcción de un enemigo inmigrante no es un discurso nuevo en Europa. Ese otro constituye una amenaza, aprovechada y fomentada por dirigentes de gobiernos. Una de las principales imágenes que acompaña a los desplazados internacionales es su relación con el crimen. Sin embargo, este conflicto podría estar más relacionado con la economía que con la seguridad.
La crisis y el desempleo siguen siendo fantasmas en la Unión Europea, por lo que la lucha por los recursos económicos podría ser el cimiento de aquella narrativa anti inmigratoria en pos de la permanencia impoluta del europeísmo.
En realidad, el mundo no querría menos inmigración. El estudio How the World Views Migration (OIM/Gallup, 184.000 adultos encuestados en 140 Estados entre 2012 y 2014) refleja que hay más personas en el planeta a favor de este fenómeno que en contra: solo un 34 por ciento desea que se reduzca la inmigración en su país.
De ese modo, a nivel global la inmigración no necesita mayores fronteras y ajustes, sino un trabajo en cuanto a desafíos más tangibles, donde los líderes europeos fortalezcan el diálogo y la cooperación con los países de origen y de tránsito de los flujos migratorios y se trabaje en el desarrollo de un sistema de asilo basado en el principio de solidaridad y compromiso.
De la Redacción AIM.