A principios del siglo XIV, el rey de Francia Felipe el Hermoso se sacó de encima a la orden del Temple, que entre otras cosas controlaba la ley de la moneda, es decir, el porcentaje de metales preciosos que legalmente debía contener.
Felipe quería las manos libres para hacer valer sin limitaciones la potestad real de acuñar moneda -que era un modo de hacer saber quién mandaba- y tenía la intención por otra parte de hacer pasar gato por liebre.
Una vez que quemó en la hoguera al último templario que no alcanzó a huir, pudo adulterar la moneda y crear valor ficticio rebajando la proporción de plata para pagar más aliviado sus ingentes deudas.
Fraudes con los medios de pago ha habido con frecuencia en la historia, pero el de Felipe inició un camino que creció exponencialmente hasta poner por estos días a toda la civilización en un callejón que parece sin salida.
Fue el inicio en Europa de una costumbre que algunos siglos después ha hecho al capital ficticio mucho más abundante que el productivo y ha sometido a su voracidad a todo el proceso de reproducción del capital y de paso, a los trabajadores.
El capitalismo está tan endeudado, ha puesto tanto papel pintado en circulación, que no puede funcionar con normalidad. Mientras tanto, no renuncia, por ejemplo, a usar combustibles fósiles desde que abrir paso a las alternativas “limpias” es caro y azaroso y le parece tanto mejor mantener las costumbres que garantizan ganancia, aunque la alternativa de la bancarrota sea el colapso climático global.
Con la finalidad de sostener lo que ya pesa demasiado, los tecnócratas modernos prometen, pero sólo prometen, un nivel cero de quema de combustibles fósiles y compensar con papelitos de colores el crecimiento de la deuda.
Es un irrealismo necesario para mantener la ganancia y evitar el colapso inminente, pero un colapso enviado al futuro una y otra vez en algún momento hará saber que el futuro llegó y el juego terminó.
La física del siglo XXI es enormemente diferente de la física del siglo XIX; pero la economía cubiletea desde hace siglos con las mismas ideas, que ilumina desde todos los ángulos sin cambiar apenas nada: tiene poca imaginación, no llega a concebir como posible nada diferente.
Algunos augures, como el economista inglés Paul Mason, ve el mundo actual ante una disyuntiva: o abraza un modelo de colaboración y cooperación, o enfrenta una distopía como la que ha han adelantado algunas novelas famosas como 1984 o Un Mundo Feliz: una variante moderna del viejo feudalismo con desigualdad multiplicada.
¿Qué hacer cuando todo se pare, cuando ya no sea posible seguir por el camino que llevamos? Nadie lo sabe y los que son fieles a las élites no creen en que un día se acabará lo que se da o creen, por lo menos, que ellos ya no estarán para verlo.
Los políticos, mientras tanto, siguen haciendo lo que mejor conocen y más les gusta: afirman ir conduciendo el río mientras tratan de mantenerse a flote, pero están más desorientados que brújula en la Luna.
Si en un tiempo su trabajo fue ir sacando adelante a las masas que ya no confían en ellos pero todavía los soportan, ahora deben alinearse con un proyecto que terminará en distopía, en la que en parte ya estamos, para cobrar sus gastos de representación a las élites de poder.
En el siglo XIV europeo se produjo una revolución casi sin revolucionarios: el capitalismo rompió el sistema de solidaridades feudales e hizo pasar por intercambiables "libertad" y "desprotección", algo que está reapareciendo con los neoliberales actuales.
El capitalismo está destruyendo los bosques tropicales, en general toda la naturaleza, y está creando las condiciones para que cada vez más desahuciados vivan en los barrios marginales de las megalópolis.
En el inicio de la modernidad capitalista se gestó la trinidad masónica de "libertad, igualdad, fraternidad" como respuesta a los cambios que ahora no funcionan: es necesario que los países ricos envíen billetes que en realidad no tienen ningún valor intrínseco a los países pobres para que los pobres envíen sus recursos naturales a los ricos
Paul Mason constata: Tratamos de curar la enfermedad con más enfermedad. Y la enfermedad es el capitalismo financiero, el modelo económico neoliberal que se basa en alta desigualdad, especulación financiera extrema y salarios bajos. En algún momento funcionó, pero ahora ya no.
De la Redacción de AIM.
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